Page 6 - Extraña simiente
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Mayo de 1957
Estado de Nueva York
El hombre alto blasfema brutalmente al sentir el dolor repentino. El dolor
decrece lentamente; el hombre se vuelve hacia su hijo y le dice:
—No digas nunca estas palabras, hijo. No las digas nunca.
El niño levanta la cara hacia él, mirándole con extrañeza.
—Sí, padre —contesta.
El dolor vuelve y el hombre blasfema de nuevo, una y otra vez. Al
calmarse el dolor, vuelve a decirle:
—No digas nunca estas palabras, hijo. No las…
Pero el dolor, regenerándose, ahoga sus últimas palabras. El hombre cae
de rodillas, gimiendo.
—¿Padre? —pregunta el niño—. ¿Padre?
El dolor disminuye, pero no tanto como antes. El hombre sacude la cabeza
despacio, preso de confusión.
Se da cuenta de que se está muriendo y lo acepta inmediatamente, casi
con indiferencia; le preocupan cosas más importantes: cuando él muera, su
hijo se quedará solo en la granja perdida.
Envuelto en el dolor sordo que se incrusta en su nuca, el hombre le hace
una seña a su hijo para que se acerque. El niño obedece y el hombre le atrae
hacia él.
—Busca… al señor Lumas —le susurra—, búscalo…
Y de nuevo el dolor interrumpe sus palabras.
—¿Padre? —pregunta el niño—. ¿Padre?
Está más confuso que yo, logra pensar el hombre, a pesar del dolor.
Se esfuerza en hablar de nuevo, pero no lo consigue.
Una sonrisa temblorosa recorre sus labios. Lanza una blasfemia y cae de
bruces sobre la tierra húmeda.
Durante las últimas semanas, ha estado lloviendo casi sin cesar; la tierra lo
refleja. Todo lo que sale de ella emerge con fuerza. Los sotos que bordean el
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