Page 30 - En nombre del amor
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NICHOLAS SPARKS En Nombre del Amor
—¿Te dará tiempo?
—Me han dicho que sí.
El vaciló unos instantes.
—Muy bien; otra vez será.
Mientras Gabby cogía un historial médico, se estremeció con una mueca de dolor. —¿Estás bien? —se interesó el doctor Melton.
—Sí, sólo son un poco de agujetas, nada más —contestó antes de desaparecer en la salita.
La verdad era que notaba todos los músculos entumecidos. Muy entumecidos. Le dolía todo el cuerpo, desde el cuello hasta los tobillos, y el malestar parecía ir en aumento. Si se hubiera limitado a salir a correr un rato el domingo, seguramente ahora estaría bien. Pero la nueva, la intrépida Gabby, no había tenido suficiente. Después de hacer aerobismo —y muy orgullosa de que, a pesar de que había mantenido un ritmo lento, no había tenido que detenerse ni una sola vez—, había ido al gimnasio Gold en Morehead City para hacerse socia. Había firmado los papeles mientras el entrenador le explicaba las numerosas clases con nombres complicadísimos a las que podía asistir prácticamente a cualquier hora. Cuando se disponía a ponerse de pie para marcharse, él mencionó que había una clase nueva llamada Body Pump que estaba a punto de empezar.
—Es una clase fantástica —le dijo—. Trabajamos todo el cuerpo: es una combinación de gimnasia aeróbica con ejercicios propios de la sala de musculación. Deberías probarlo.
Y eso fue lo que hizo. Y sólo esperaba que Dios no le tuviera en cuenta a ese chico la trastada que le había hecho.
No de inmediato, por supuesto. Ni durante la clase, en la que se había sentido bien. Aunque en el fondo sabía que debería tomárselo con más calma, decidió seguir el ritmo de la mujer ataviada con escasísima ropa, retocada con cirugía estética, y con un kilo de máscara de ojos en las pestañas que tenía a su lado. Había levantado pesas sin parar, y después había corrido por la sala hasta que creía que el corazón se le iba a escapar por la boca, luego había levantado más pesas otra vez, y de nuevo había corrido por la sala sin parar. Cuando acabó la sesión, con todos los músculos temblando, Gabby se sintió como si hubiera dado el siguiente paso en su evolución. Al salir del gimnasio se compró un batido con muchas proteínas, simplemente para completar la transformación.
De camino a casa, entró en una librería para comprar un libro de astronomía, y después, cuando estaba a punto de quedarse dormida, se dijo que era la primera vez en mucho tiempo que se sentía más animada respecto a su futuro, salvo por el hecho de que sus músculos parecían estar agarrotándose más a cada minuto que pasaba.
Lamentablemente, la nueva e intrépida Gabby descubrió que le costaba horrores levantarse de la cama a la mañana siguiente. Le dolía todo el cuerpo. No, mejor dicho, lo que sentía iba más allá del dolor. Mucho peor que dolor. Era una tortura. Notaba como si cada músculo de su cuerpo hubiera pasado por un exprimidor de zumos. La espalda, el pecho, el abdomen, las piernas, los glúteos, los brazos, el cuello..., ¡incluso le dolían los dedos de las manos! Necesitó tres intentos hasta que finalmente consiguió sentarse en la cama y, tras arrastrar los pies hasta el baño, se dio cuenta de que el acto de limpiarse los dientes sin gritar le costaba una descomunal dosis de autocontrol. En el botiquín buscó un poco de todo —una aspirina, paracetamol, un antiinflamatorio—, y al final, decidió tomarse todas las píldoras juntas. Se las tragó con un vaso de agua mientras se observaba atentamente en el espejo.
Escaneado por PRETENDER – Corregido por Isabel Luna Página 30


































































































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