Page 31 - En nombre del amor
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NICHOLAS SPARKS En Nombre del Amor
—Vale, creo que te has pasado un poco haciendo ejercicio —admitió.
Pero ya era demasiado tarde, incluso se encontraba peor, los analgésicos no surtían efecto. O quizá sí. Por lo menos, aquella mañana fue capaz de trabajar —siempre y cuando no hiciera movimientos muy bruscos—. Pero el dolor persistía, y el doctor Furman se había ido, y lo último que deseaba era tener que lidiar con el doctor Melton.
Sin otra alternativa, preguntó a una de las enfermeras en qué sala estaba y, después de dar unos golpecitos en la puerta, asomó la cabeza. El doctor Melton alzó la vista de su paciente, y su expresión se animó al verla.
—Siento interrumpirlo. ¿Podemos hablar un momento?
—Por supuesto. —Se levantó del taburete, dejó el historial del paciente mientras abandonaba la sala y cerró la puerta tras él—. ¿Has cambiado de opinión respecto a la comida?
Gabby sacudió la cabeza y le expuso el caso de Eva Bronson y George; él le prometió que hablaría con esa mujer tan pronto como pudiera. Mientras se alejaba por el pasillo cojeando, podía notar los ojos de él clavados en su espalda.
Eran más de las doce cuando Gabby terminó con su último paciente de la mañana. Agarró el monedero y salió cojeando hacia el coche, consciente de que no tenía demasiado tiempo. Al cabo de cuarenta y cinco minutos tenía que estar de vuelta para atender a su primer paciente de la tarde; si no estaba demasiado rato en la clínica veterinaria, no tenía por qué preocuparse. Esa era una de las cosas positivas de vivir en una pequeña localidad con menos de cuatrocientos habitantes. Todo quedaba a un tiro de piedra. Mientras que Morehead City —cinco veces más grande que Beaufort— se hallaba justo al otro lado del puente que cruzaba la vía navegable intra- costera y era el lugar que congregaba a la mayoría de la gente para realizar sus compras durante el fin de semana, la corta distancia bastaba para aportar a aquella localidad un aire aislado y distintivo, como la mayoría de los pueblos en el Down East, que era como los habitantes de la zona denominaban a esa parte del estado.
Beaufort era un pueblo precioso, especialmente el casco antiguo. En un día como aquél, con una temperatura perfecta para pasear, se asemejaba a como ella imaginaba que debía de haber sido Savannah, su pueblo natal, durante su primer siglo de vida.
Calles amplias, árboles frondosos y un centenar de viviendas restauradas ocupaban varias manzanas, hasta fundirse con Front Street —la calle peatonal— y un pequeño paseo entarimado con unas hermosísimas vistas al puerto deportivo. Los amarres estaban ocupados por barcas de paseo o de pesca de todas las formas y tamaños imaginables; un impresionante yate que debía de valer una millonada podía estar atracado entre una barquita para pescar cangrejos y un bonito y vistoso velero. También había un par de restaurantes con unas vistas espectaculares: locales antiguos y con carácter, rematados con unos bonitos patios techados y unas mesas de picnic que hadan que los clientes se sintieran como si estuvieran de vacaciones en un lugar donde el tiempo se hubiera detenido. Los fines de semana, al atardecer, algunas bandas de música actuaban en los restaurantes, y el 4 de julio del verano anterior, cuando ella había ido a visitar a Kevin, había venido tanta gente para escuchar música y ver los fuegos artificiales que el puerto se llenó literalmente de barcas. Sin suficientes amarres para todas ellas, los dueños de las barcas
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