Page 32 - En nombre del amor
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NICHOLAS SPARKS En Nombre del Amor
decidieron simplemente atarlas una junto a la otra, y saltaban de barca en barca hasta llegar al puerto, aceptando u ofreciendo cervezas a todos los que pasaban.
En el lado opuesto de la calle, las agencias inmobiliarias se mezclaban con las galerías de arte y las tiendas de souvenirs para los turistas. A Gabby le gustaba pasear al atardecer por las galerías de arte para mirar cuadros. De joven había soñado con ganarse la vida pintando o dibujando; necesitó unos pocos años para aceptar que su ambición excedía con creces su talento. Eso no significaba que no pudiera apreciar la calidad de una obra, y de vez en cuando descubría una fotografía o un cuadro que le provocaba una gran impresión. Dos veces se había decidido a comprar, y tenía dos cuadros colgados en las paredes de su casa. Había considerado la posibilidad de adquirir unos cuantos más para complementarlos, pero su presupuesto mensual no se lo permitía, por lo menos de momento.
Unos pocos minutos más tarde, Gabby aparcó al lado de su casa y soltó un grito apagado al salir del coche, antes de avanzar cojeando hasta la puerta principal. Molly, que la esperaba en el porche, se tomó su tiempo para olisquear el parterre, y luego dio un saltito para subirse al asiento del pasajero. Gabby soltó otro gritito de dolor cuando entró nuevamente en el coche, acto seguido bajó la ventana para que Molly pudiera sacar la cabeza, algo que le encantaba hacer.
La clínica veterinaria Down East estaba a tan sólo unos minutos, y Gabby aparcó en la zona de estacionamiento, oyendo cómo crujía la gravilla bajo las ruedas. El rústico y ajado edificio Victoriano se asemejaba más a una casa que a una clínica veterinaria. Ató a Molly con la correa, después echó un rápido vistazo al reloj. Rezaba por que el veterinario no se demorase demasiado.
La puerta principal se abrió con un estrepitoso chirrido, y Gabby notó que Molly tiraba de la correa cuando husmeó el tufo propio de las clínicas de animales. La mujer se dirigió al mostrador, pero antes de que pudiera articular ni una sola palabra, la recepcionista se puso de pie.
—¿Esta es Molly'? —preguntó.
Gabby no pudo ocultar su sorpresa. Todavía le costaba habituarse a la vida en aquella pequeña
localidad.
—Sí. Y yo soy Gabby Holland.
—Encantada de conocerla. Soy Terri. ¡Qué perrita tan mona! —Gracias.
—Nos preguntábamos si tardaría mucho en llegar. Esta tarde tiene que volver al trabajo, ¿verdad? —Asió un cuestionario en blanco—. Por favor, sígame hasta una de las salitas. Allí podrá rellenar esta hoja con más tranquilidad. De ese modo, el veterinario podrá visitarla sin demora. No tardará. Ya casi ha acabado.
—Perfecto, muchas gracias —respondió Gabby.
La recepcionista la guió hasta una sala contigua. Dentro había una balanza, y la mujer ayudó a
Molly a subirse en ella.
—No hay de qué. Además, siempre estoy con mis hijos en su consulta pediátrica. ¿Qué tal? ¿Se
siente a gusto en su nuevo puesto?
—La verdad es que sí; hay más trabajo de lo que me había figurado —contestó ella. Terri anotó el peso, luego se dirigió otra vez hacia el pasillo.
—Me encanta el doctor Melton. Se ha portado magníficamente con mi hijo.
—Se lo diré —dijo Gabby.
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