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líneas blancas, reírse, hablar por teléfono, girar la muñeca para mirar el
reloj, que no sé qué hora es y no quiero saberlo. Que no vamos a poder
avanzar porque está cortado, me dice el taxista, que no dejan pasar y están
desviando, que vamos a tener que bordear el parque y retomar. Que le
digo que no siga, que no se aleje, que me bajo, que está la policía me dice,
debe ser por lo de tu hermano. Que estiro la pierna para sacar la billetera
del bolsillo, que la llave deja de lastimarme, que quiero agarrarla y hun-
dirla en el brazo como si abriera la puerta de tu casa, abrirme hasta san-
grar. Que me dice que espere el vuelto, que me grita algo que no escucho,
que veo de lejos a mi viejo. Que hay una mujer vestida de verde que lo
lleva del brazo hasta una ambulancia y hay luces, que entra un mensaje
tuyo, ¿estás en casa ya? Y decís casa y no mi casa, como si ese mi que no
está se hubiera corrido para dejarme entrar. Que mi viejo grita es mi hijo
déjenlo pasar, pero nadie me impide el paso salvo yo que no puedo avan-
zar y veo las luces azules de los patrulleros, las verdes de la ambulancia,
la gente que se asoma como si espiara la mercadería en oferta, mira hacia
el piso estirando el cuello. Que mi viejo grita ahí Esteban y señala el piso,
ahí. Que no puedo mover las piernas, que siento vibrar el teléfono en el
bolsillo, que alguien viene a buscarme. Que me acerque que mi padre me
llama, que es una fatalidad, que es una tragedia. Que me dejo llevar sin
dejar de mirar la bolsa negra, la punta se levanta un poco por el viento,
como una cortina en una casa un sábado a la mañana cuando el día recién
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