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comienza y hay que dejar que el aire entre y ventile mientras el agua va
tomando temperatura en la pava, sobre la hornalla y una mano barre con
los dedos juntos los restos de yerba seca y la otra se ahueca para recibirlos
en el borde de la mesada. Que ahí abajo está Maxi grita mi papá, tirado
como un perro, ay Dios mío mi hijo, tirado como un perro, grita mi papá
y yo me acerco a la bolsa. Son dos bolsas abiertas como una manta, un
policía me dice que no puedo, que puedo lo que quiero le digo, que no se
le ocurra tocarme, que me calme, que no me calmo nada y si quiero te
prendo fuego a vos y al patrullero. Que le digo eso que no sé de dónde
sale, que no parece mi voz, que se escucha fuerte y me miran, que quiero
ver a mi hermano y me acerco y levanto la punta de la bolsa como si fue-
ra la frazada debajo de la que Maxi se escondía para asustarme, que quie-
ro decirle salí de ahí boludo, pero no lo digo y agarro la punta y tiro
fuerte y agacho la cabeza esperando ver a Maxi hecho un bollito, riéndo-
se, pero la bolsa no pesa y el brazo se mueve torpe hacia atrás hasta doler.
Que en mi mano la bolsa parece una bandera negra de piratas, que ahí está
Maxi y vos no lo conocés, es él y no se levanta y no sale corriendo, tiene
el pulóver a rayas, el pantalón de gimnasia bordó, como cuando iba a la
secundaria el año pasado. Que no lo conociste, que solo escuchaste su voz
cuando me llamó y atendiste mi teléfono, cuando te habló de sus dibujos,
cuando le preguntaste qué le gustaba comer para invitarlo y cocinarle,
cuando te contó que había entrado a la escuela de arte, cuando le dijiste
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