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cerdo, se les untaba frijoles refritos, una cucharada de
salsa verde, queso cotija en trocitos , unos aros de
cebolla y una ramita de cilantro, lo único lamentable es
que solo tacaban dos por persona. El postre, frescas y
dulces tunas, que yo era el encargado de suministrar.
Terminada la suculenta comida, fui al baño, y cuando
me disponía a salir, mi querida mamá me ordenó como
siempre lo hacia, me daba un fuerte abrazo y dos o tres
besos muy tronados, Guiller la estufa quedó muy
sucia, por favor dale una limpiada. Eso representaba
por lo menos una hora de mi corta tarde, me puse a
trabajar. La estufa de petróleo diáfano de 17 centavos el
litro, de 60 x 30 x 30 nos habia simplificado la vida,
contaba con dos quemadores, un tanque de cristal que
se encargaba de dosificar el combustible, dos mechas
de asbesto y dos perillas encargadas de subir y bajar la
flama, en 45 minutos quedó como nueva.
Aún quedaba un poco de tiempo para iniciar los
preparativos, salí como un cohete a la casa de mi primo
el gringo, avezado cazador, que a pesar de su corta
edad, no le tenía miedo a nada, juntos éramos una
pareja invencible. Mi primo se llamaba Victor Manuel
Gómez Vidal, hijo de mi querido tío Manuel, hermano
de mi mamá, le pusieron el mote del gringo por tener
los ojos verdes y el pelo rojo, de tez muy blanca y
pecoso. Nos dirigíamos a la Barranca del Muerto,
donde se encontraban todo tipo de insectos, hasta podía
uno conseguir alguna víbora, alacranes, camaleones y