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una  tarántula por un hombro,  un alacrán  por el

               ombligo,  cantidad de arañitas, y   abejorros que le

               volaban por todos lados, empezó a correr y se alejó
               maldiciendo.

               Días después pagamos el precio de nuestra osadía. Pero

               valió la pena, todavía ahora muchísimos años después

               cuando me acuerdo como me río.

               Durante varios días no podíamos salir solos, siempre lo

               hacíamos con un chaperón, o como  los gatos, por las

               azoteas. La casa de mi mamá y la de mis tíos estaban
               juntas, luego estaba una fábrica de chicles, y atrás se

               encontraba la casa de mi  tía Sarita; Carlos  nos

               esperaba en la calle de Ocaranza y nosotros salíamos

               por la calle de Natal Pesado. Cada día iba creciendo el

               coraje del pelafustán de  Carlos. Pensamos que nunca

               iba a desistir por lo que decidimos que el Pájaro era

               nuestra salvación; después de narrarle con lujo de
               detalles y procurando hacer una gran actuación, no solo

               logramos que nos comprendiera, sino que empezó a reír

               y reír como nunca lo habíamos visto jamás, de pronto

               calló, y nos advirtió que era la última.

               Bajamos humildemente nuestras cabezas y asentimos.

               Días después se preparaba para salir de cacería, en la

               puerta lo esperaba el Sr. Antonio Ambrosi, un amigo

               que lo apreciaba y respetaba, además de admirarlo por

               ser una gran persona y el mejor de los cazadores, como
               el siempre lo decía. Cuando salió, de reojo pudo

               observar a Carlos que estaba parado enfrente, atravesó
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