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lentamente la calle con su morral colgado de un

               hombro, en el llevaba sus cartuchos, balas, alguna

               medicina y algo de comer para él y sus perros, se
               acerco a Carlos, lo tomó por el hombro y caminando y

               hablando pausadamente se retiraron; yo interpretaba lo

               que mi tío le iba diciendo. Mira Carlos, en mi sala de

               trofeos tengo cabezas de venados, gato montes, jabalí,

               tigrillo, cascabeles de víboras, y algunas cornamentas,

               y lo único que no tengo es una cabeza de pelafustán.

               Lo vimos regresar sonriente y satisfecho, dijo
               solamente que podíamos salir al frente.

               Esa misma tarde en el cuarto que servía de quirófano,

               encontramos una  pequeña lagartija, cuando la

               pasamos a revisión notamos que tenía unas lagrimitas

               y la pusimos en el lugar de honor.

               Preparamos otra caja de cartón, con base de franela de

               muñequitos, que nos regalo la tía Lucecita.
               Se entregó la colección y días después se llevaron a

               cabo los reconocimientos por los arduos trabajos de

               investigación y colección. El primer lugar lo ganó

               Fabián Quiroz, un joven delgado, pálido, elegante,

               inteligente y además muy rico, y de un corazón

               enorme.

               El día del concurso llegaron dos personas cargando una

               mesa de caoba  de 1.20 x .60 metros tallada a mano

               magistralmente por un soberbio artesano, el barniz era
               impecable, brillaba como un lucero, la cubierta era de

               cristal biselado artísticamente, los insectos descansaban
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