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resistente, con un serrucho, una hacha, y una hachuela
se rebajaba hasta dejarlo como una tabla gruesa. Luego
se cortaban dos tramos de 1.90 y dos de .90 metros, se
ensamblaban, ya armado el rectángulo se le ponía una
malla de alambre galvanizado, que resistía miles de
paladas. Ya terminada se buscaba un buen banco de
arena, se colocaba con un tirante y el cribador
empezaba a apalear de una manera especial de modo
que el material se extendiera, para obtener mejor
resultado, atrás de la criba caía la arena y enfrente la
grava, y después de tres o cuatro horas, tenías cuatro
metros cúbicos de material.
Copie su técnica y cada ocasión que pasaba por el río,
cargaba mi camión con arena y graba sin cribar y la
donaba a alguien.
En el pueblo había muchas familias que carecían de
pisos, lavaderos, piletas, banquetas, la escuela tambien
necesitaba pisos, La Iglesia iniciaba su construcción.
Poco a poco con fe, buena voluntad, solidaridad y el
“Confucio” algunas cosas empezaron a cambiar.
Cada día mas gente me saludaba, mi cuerpo cambió,
mis camisas no me quedaban. Un domingo que fui a
ver a Chita, la joven costurera del pueblo, me dijo:
¡Oye muchacho, que hiciste, que tu cuerpo esta tan
abrazable! Te voy a hacer unas camisas para que te
chiflen en la calle.
Este domingo la deuda quedará saldada. Esa mañana
llegue muy puntual por Renata, salimos y minutos