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Subí al  “Confucio” y me dirigí a  San Pedro, donde

               tenía que hacer un contrato verbal con Don Tomás.

               En un mes empezaría la construcción de un puente muy
               importante, que serviría para agilizar el transito con

               rumbo a  Altata,  el Tambor  y mucho pueblos

               importantes que producían: jitomate, arroz, sandía y

               que sufrían para pasar sus mercancías en las pangas.

               En el río como de costumbre, encontré a Don Tomás

               ataviado con su calzón largo de manta, luciendo su bien

               formado cuerpo, él era un hombre de sesenta años, con
               el mejor físico que he visto en mi vida, parecía hecho

               de pedacitos, no tenía un gramo de grasa, era

               espectacular verlo en acción, como se marcaba cada

               músculo al aventar la palada.

               Desde los doce años manejaba la pala, igual que su

               papá y su abuelo, me platicó que toda su familia

               siempre había vivido en el río.
               El río te regala arena, la grava, te da para beber, te

               bañas en él, riegas tus tierras, las mujeres lavan la

               ropa, te proporciona comida, peces, almejas,

               langostinos, te arrulla por las noches, te refresca con

               su brisa en tiempo de calor.

               Sin embargo, me da mucha tristeza, ver como la gente

               poco a poco acaba con ellos.  Tenía cuarenta y ocho

               años de apalear la arena contra una criba. Sus Cribas se

               hacían con la técnica de los  barcos vikingos, se
               buscaban tres árboles de tres metros de palo colorado,

               un árbol que crece derechito y además es muy
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