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de quitar una llanta.

               Después salimos lentamente de la Iglesia, purificados y

               felices.
               Tomados de la mano nos dirigimos rumbo a la

               plazoleta. Dimos varias vueltas a paso muy lento, el sol

               estaba rico, pero ya teníamos sed y nos moríamos de

               hambre. En una sombreada esquina del kiosco, donde

               llegaba el aroma de los rosales, en una pequeña mesa,

               acerque una silla a  Renata que sonrió agradecida, se

               acercó una niña y nos tomó la orden,  una limonada
               gigante, un orange con mucho hielo, callos de hacha

               y un plato con pepino, mango y sandía.

               Una hora después, vasos, platón, todo estaba vació,

               satisfechos de mente, cuerpo y alma, pedí la cuenta,

               pagué y dí una buena propina a la niña, le acaricié su

               carita y le dí las gracias. Tomamos el rumbo a casa de

               Renata, esta vez ella me tomó la mano, llegando a su
               casa me convidó a entrar.

               Yo quisiera no separarme nunca de ti, pero no hay que

               abusar, tu Papá y Rina son prudentes y tolerantes y

               sobre todo tú, los tres tienen muchas cosas que hacer.

               Pero vete preparando porque  el aprendiz de ajedrez

               estará todos los días a partir de mañana en tu

               hospitalaria casa, y sobre todo en tu compañía. Se me

               acercó, cerró sus ojos y me besó, el beso rápido, el

               brillo de sus ojos me decían tantas cosas.
               Cerró la puerta y la volvió a abrir, asomó su cabeza y

               me gritó: ¡Ya no te debemos nada!
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