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—Estaba pensando en el bien y el mal.
Un escalofrío me recorrió la columna.
—¿Te acuerdas de cuando decidí que no quería que ignoraras mi cumpleaños?
—le pregunté enseguida con la esperanza de que mi intento de distraerle no
pareciera demasiado evidente.
—Sí —admitió con cautela.
—Bien, estaba pensando... que ya que todavía es mi cumpleaños, quería que me
besaras otra vez.
—Pues sí que estás antojadiza esta noche.
—Pues sí, pero claro, no tienes que hacer nada que no quieras —añadí, picada.
Rió y después suspiró.
—Que el cielo me impida hacer aquello que no quiera —repuso con una extraña
desesperación en la voz mientras ponía el dedo bajo mi barbilla y alzaba mi rostro
hacia el suyo.
El beso empezó del modo habitual, Edward procuraba tener el mismo cuidado
de siempre y mi corazón reaccionaba de forma tan desaforada como de costumbre.
Entonces, algo pareció cambiar. De pronto, sus labios se volvieron más insistentes y
su mano libre se enredó en mi pelo aferrando mi cabeza firmemente contra la suya.
Agarré su pelo con mis manos; estaba cruzando los límites impuestos por su cautela,
sin duda, pero esta vez no me detuvo. Sentí su frío cuerpo a través de la fina colcha, y
me apreté con deseo contra él.
Cuando se apartó, lo hizo con brusquedad; me empujó hacia atrás con manos
amables, pero firmes.
Me desplomé en la almohada jadeando, con la cabeza dándome vueltas. Algo
intentaba asomar en los límites de mi memoria, pero se me escapaba...
—Lo siento —dijo él, también sin aliento—. Esto es pasarse de la raya.
—A mí no me importa en absoluto —resollé.
Frunció el ceño en la oscuridad.
—Intenta dormir, Bella.
—No, quiero que me beses otra vez.
—Sobrestimas mi autocontrol.
—¿Qué te tienta más, mi sangre o mi cuerpo? —le desafié.
—Hay un empate —sonrió ampliamente a pesar de sí mismo y pronto se puso
serio otra vez—. Y ahora, ¿por qué no dejas de tentar a la suerte y te duermes?
—Vale —asentí mientras me acurrucaba junto a él. Me sentía realmente
exhausta. Había sido un día muy largo y tampoco en ese momento me notaba
aliviada. Más bien me parecía como si estuviera a punto de suceder algo aún peor.
Era una premonición tonta, ya que, ¿qué podía ser peor? No había nada que pudiera
estar al nivel del susto de aquella tarde, sin duda.
Intentando actuar con astucia, apreté mi brazo herido contra su hombro, de
modo que su piel fría me consolara del ardor de la herida. Pronto me sentí mucho
mejor.
Estaba medio dormida, más bien casi del todo, cuando me di cuenta de qué era
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