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AUTOR Libro
El final
A la mañana siguiente me sentía fatal: no había dormido bien, el brazo me ardía
y tenía una jaqueca de aúpa. El hecho de que Edward se mostrara dulce pero distante
cuando me besó la frente a toda prisa antes de escabullirse por la ventana no mejoró
en nada mis perspectivas. Le tenía pavor a lo que pudiera haber pensado sobre el
bien y el mal mientras yo dormía. La ansiedad parecía aumentar la intensidad del
dolor que me martilleaba las sienes.
Edward me esperaba en el instituto, como siempre, pero su rostro evidenciaba
que algo no iba bien. En sus ojos había un no sé qué oculto que me hacía sentir
insegura y me asustaba. No quería volver a hablar sobre la noche pasada, pero estaba
convencida de empeorar aún más las cosas si rehuía el asunto.
Me abrió la puerta del coche.
—¿Qué tal te sientes?
—Muy bien —mentí. Me estremecí cuando el sonido del golpe de la puerta al
cerrarse resonó en mi cabeza.
Anduvimos en silencio; acortó su paso para acompasarlo al mío. Me hubiera
gustado formular un montón de preguntas, pero la mayoría tendrían que esperar, ya
que quería hacérselas a Alice. ¿Cómo estaba Jasper esa mañana? ¿De qué habían
hablado cuando yo me fui? ¿Qué habla dicho Rosalie? Y lo más importante de todo,
según esas extrañas e imperfectas visiones del futuro que solía tener, ¿qué iba a
ocurrir a partir de ahora? ¿Podía adivinar lo que rondaba por la mente de Edward y
el motivo de que estuviera tan sombrío? ¿Había una justificación para esos tenues
temores instintivos de los que no lograba desembarazarme?
La mañana transcurrió muy despacio. Me moría de ganas de ver a Alice,
aunque, en realidad, no podría hablar con ella en presencia de Edward, que
continuaba mostrándose distante. Me preguntaba por el brazo de vez en cuando y yo
le mentía.
A menudo, Alice se nos anticipaba en el almuerzo para no verse obligada a
caminar a mi torpe ritmo, pero hoy no nos esperaba sentada a la mesa delante de una
bandeja de comida que no iba a probar.
Edward no explicó su ausencia, por lo que me pregunté si su clase se habría
prolongado. Hasta que vi a Conner y Ben, compañeros suyos en la cuarta hora, en
clase de Francés.
—¿Dónde está Alice? —le pregunté a Edward con nerviosismo.
El no apartó la vista de la barra de cereales que desmenuzaba lentamente entre
los dedos mientras contestaba:
—Está con Jasper.
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