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Le lancé la cámara, evitando cuidadosamente mirarle a los ojos y me arrodillé al
lado del brazo del sofá donde Charlie apoyaba la cabeza. Charlie suspiró.
—Tienes que sonreír, Bella —murmuró Edward.
Lo hice lo mejor que pude y la cámara disparó una foto.
—Dejadme que os tome una, chicos —sugirió Charlie. Yo sabía que lo único que
quería era apartar el foco de la cámara de sí mismo.
Edward se puso de pie y le lanzó la cámara con agilidad.
Yo me coloqué a su lado y la composición me pareció formal y fría. Me puso
una mano desganada sobre el hombro y yo le pasé un brazo por la cintura con más
firmeza. Me hubiera gustado mirarle a la cara, pero no me atreví.
—Sonríe, Bella —me volvió a recordar Charlie.
Inspiré profundamente y sonreí. El flash me cegó.
—Ya está bien de fotos por esta noche —dijo Charlie entonces; introdujo la
cámara en una hendidura que había entre los cojines y luego la tapó con ellos—. No
hay que acabar hoy todo el carrete.
Edward dejó caer la mano desde mi hombro y se zafó con indiferencia de mi
abrazo para sentarse de nuevo en la butaca.
Vacilé, pero luego opté por sentarme otra vez al lado del sofá. De pronto me
sentí tan asustada que me temblaron las manos. Las apoyé con fuerza contra el
estómago para disimular, puse la barbilla sobre las rodillas y miré hacia la pantalla
del aparato de la televisión, sin estar viendo nada en realidad.
Cuando el programa terminó, aún no me había movido ni un centímetro. Por el
rabillo del ojo, vi cómo Edward se ponía en pie.
—Será mejor que me marche a casa —dijo.
Charlie no apartó los ojos del anuncio que emitía la televisión.
—Vale, nos vemos.
Me levanté del suelo con torpeza, ya que me había quedado rígida de estar
sentada tan quieta y seguí a Edward hasta la puerta de la calle. Él se dirigió
directamente hacia su coche.
—¿Te quedarás? —le pregunté, sin esperanza en la voz.
Ya me esperaba su respuesta, así que no me dolió tanto.
—Esta noche, no.
No le pregunté el motivo.
Se metió en su coche y se fue mientras yo me quedaba allí de pie, inmóvil.
Apenas me di cuenta de que llovía. Esperé sin saber lo que esperaba, hasta que la
puerta se abrió a mis espaldas.
—Bella, ¿qué haces? —me preguntó Charlie, sorprendido de verme allí de pie,
sola y empapada.
—Nada —me volví y caminé lentamente hacia la casa.
Fue una noche muy larga, en la que no pegué ojo.
Me levanté en cuanto vi un poco de claridad abrirse paso por la ventana. Me
vestí mecánicamente para ir a la escuela, esperando que se aclararan algo las nubes.
Después de desayunar un cuenco de cereales, decidí que había luz suficiente para
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