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ridículo, pero casi esperaba que la primera fotografía estuviera en blanco.
Se me escapó un grito ahogado cuando la saqué del sobre y vi a Edward tan
hermoso como en la vida real. Me miraba desde la foto con esos ojos cálidos que
tanto echaba de menos en los últimos días. Era realmente asombroso que pudiera
verse a alguien tan... tan indescriptible. Ni con mil palabras hubiera podido expresar
lo que había en esa imagen.
Repasé por encima las restantes fotos del montón una sola vez y luego coloqué
sobre la cama tres de ellas, una junto a otra.
En la primera imagen se veía a Edward en la cocina; sus ojos dulces chispeaban
a causa de la diversión contenida. La segunda mostraba a Edward y Charlie viendo
la ESPN. En ella se evidenciaba el cambio que se había producido en los ojos de
Edward, siempre hermosos hasta dejarte sin aliento, pero cuya expresión confería
ahora frialdad a su rostro, como el de una escultura, con menos vida.
La última era una imagen que nos recogía a Edward y a mí de pie, juntos y
manifiestamente incómodos. Su rostro emanaba la misma sensación que la foto
anterior: frialdad y ese aspecto de estatua, pero probablemente lo más preocupante
de todo no era eso, sino el doloroso contraste existente entre los dos. El parecía una
deidad, y yo, mediocre, incluso en los cánones humanos, y, para mi vergüenza, bien
poco agraciada. La foto me disgustó y la aparté.
Tomé todas las fotografías y las coloqué en el álbum en vez de ponerme a hacer
los deberes. Garabateé unos pies de foto bajo todas ellas con un bolígrafo, indicando
los nombres y las fechas. Levanté aquella en la que se nos veía a Edward y a mí y la
doblé por la mitad sin mirarla demasiado. La situé debajo del borde metálico de la
mesa, dejando visible la mitad de Edward.
Cuando terminé, reuní el otro montón de fotos en un nuevo sobre y escribí una
larga carta de agradecimiento para Renée.
Edward seguía sin venir. No quería admitir que él era el motivo de que
estuviera despierta tan tarde, pero evidentemente así era. Intenté recordar la última
vez que no hubiera aparecido, como hoy, sin una excusa o una llamada de teléfono...
Nunca lo había hecho.
Pasé otra noche sin dormir bien.
En la escuela continuó el programa de silencio, frustración y pavor de los
últimos dos días. Me sentí aliviada al encontrar a Edward esperándome en el
aparcamiento del instituto, pero ese consuelo desapareció pronto. No había cambios
en su comportamiento, si acaso, aún se mostraba algo más distante.
Me costaba incluso recordar el motivo de aquel desastre. Me parecía que mi
cumpleaños pertenecía al pasado más lejano. Ojalá Alice regresara pronto, antes de
que todo esto se me fuera aún más de las manos.
Pero no podía contar con ello. Decidí que si no lograba hablar con él ese día,
hablar de verdad, entonces iría al día siguiente a comentar el asunto con Carlisle.
Debía hacer algo.
Me prometí a mí misma que iba a sacar a colación el tema después de clase. No
iba a concederme más excusas.
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