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movimiento, porque si dejaba de buscarle, todo habría acabado.
El amor, la vida, su sentido... todo se habría terminado.
Caminé y caminé. Perdí la noción del tiempo mientras me abría paso
lentamente por la espesa maleza. Debieron de transcurrir horas, pero para mí apenas
eran segundos. Era como si el tiempo se hubiera detenido, porque el bosque me
parecía el mismo sin importar cuan lejos fuera. Empecé a temer que estuviera
andando en círculos —después de todo, sería uno muy pequeño—, pero continué
caminando. Tropezaba a menudo y también me caí varias veces conforme oscurecía
cada vez más.
Al final, tropecé con algo, pero no supe dónde se me había trabado el pie al ser
noche cerrada. Me caí y me quedé allí tendida. Rodé sobre un costado de forma que
pudiera respirar y me acurruqué sobre los helechos húmedos.
Allí tumbada, tuve la sensación de que el tiempo transcurría más deprisa de lo
que podía percibir. No recordaba cuántas horas habían pasado desde el anochecer.
¿Siempre reinaba semejante oscuridad de noche? Lo más normal sería que algún
débil rayo de luna cruzara el manto de nubes y se filtrara entre las rendijas que
dejaba el dosel de árboles hasta alcanzar el suelo...
Pero no esa noche. Esa noche el cielo estaba oscuro como boca de lobo. Es
posible que fuera una noche sin luna al haber un eclipse, por ser luna nueva.
Luna nueva. Temblé, aunque no tenía frío.
Reinó la oscuridad durante mucho tiempo, hasta que oí que me llamaban.
Alguien gritaba mi nombre. Sonaba sordo, sofocado por la maleza mojada que
me envolvía, pero no había duda de que era mi nombre. No identifiqué la voz. Pensé
en responder, pero estaba aturdida y tardé mucho rato en llegar a la conclusión de
que debía contestar. Para entonces, habían cesado las llamadas.
La lluvia me despertó poco después. No creía que hubiera llegado a dormirme
de verdad. Simplemente, me había sumido en un sopor que me impedía pensar, y me
aferraba a ese aturdimiento con todas mis fuerzas; gracias a él era incapaz de ser
consciente de aquello que prefería ignorar.
La llovizna me molestaba un poco. Estaba helada. Dejé de abrazarme las
piernas para cubrirme el rostro con los brazos.
Fue entonces cuando oí de nuevo la llamada. Esta vez sonaba más lejos y
algunas veces parecía como si fueran muchas las voces que gritaban. Intenté respirar
profundamente. Recordé que tenía que contestar, aunque dudaba que pudieran
oírme. ¿Sería capaz de gritar lo bastante alto?
De pronto, percibí otro sonido, sorprendentemente cercano. Era una especie de
olisqueo, un sonido animal, como de un animal grande. Me pregunté si debía sentir
miedo. Claro que no, sólo aturdimiento. Nada importaba. Y el olisqueo desapareció.
No dejaba de llover y senda cómo el agua se deslizaba por mi mejilla. Intentaba
reunir fuerzas para volver la cabeza cuando vi la luz.
Al principio sólo fue un tenue resplandor reflejado a lo lejos en los arbustos,
pero se volvió más y más brillante hasta abarcar un espacio amplio, mucho más que
el haz de luz de una linterna. La luminosidad impactó sobre el arbusto más cercano y
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