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AUTOR                                                                                               Libro
                     —Hola Billy, soy Charlie. Siento llamarte tan temprano... No, ella está bien. Está
               durmiendo... Gracias. No, no te llamo por eso. Me acaba de telefonear la señora
               Stanley, dice que desde la ventana de su segundo piso ve llamas en los acantilados,
               no sé si realmente... ¡Oh! —de pronto, su voz adoptó un tono cortante, de irritación
               o... ira—. ¿Y por qué rayos hacen eso? Ah, ah, ¿no me digas? —eso sonó sarcástico—.
               De acuerdo, no te disculpes conmigo. Vale, vale. Sólo asegúrate de que las hogueras
               no prendan un fuego... Lo sé, lo sé, lo que me sorprende es que consigan mantenerlas
               encendidas con el tiempo que hace.
                     Charlie dudó y luego añadió a regañadientes:
                     —Gracias por mandarme a Sam y a los demás chicos. Tenías razón, conocen el
               bosque mejor que nosotros. Fue él quien la  encontró, así que te debo una... Vale,
               hablaremos más tarde —decidió, todavía con ese tono amargo y luego colgó.
                     Charlie murmuró varias incoherencias mientras regresaba al salón.
                     —¿Ha pasado algo malo? —pregunté.
                     Se apresuró a acercarse a mi lado.
                     —Siento haberte despertado, cariño.
                     —¿Se quema algo?
                     —No es nada —me aseguró—, unas simples hogueras en los acantilados.
                     —¿Hogueras? —pregunté. Mi voz no sonaba curiosa, sino muerta.
                     Charlie frunció el ceño.
                     —Algunos de los chicos de la reserva andan revoltosos —me explicó.
                     —¿Por qué? —pregunté con desgana.
                     Parecía reacio a contestarme. Su mirada pasó entre sus rodillas entreabiertas y

               se clavó en el suelo. Luego, respondió con amargura:
                     —Están celebrando la noticia.
                     Había sólo una noticia que atrajera mi atención, aunque me resistiera a pensar
               en ello. De pronto, todo encajó.
                     —Festejan la marcha de los Cullen —murmuré—. Había olvidado que en La
               Push nunca los han querido.
                     Los quileutes tenían una serie de supersticiones sobre los «fríos», los bebedores
               de sangre enemigos de la tribu, del mismo modo que tenían leyendas sobre la gran
               inundación y sus ancestros licántropos. La mayoría de ellos las consideraban simple
               folclore, sin embargo, unos cuantos aún las creían. Billy Black, el mejor amigo de
               Charlie, era uno de ellos, aunque incluso Jacob, su propio hijo, pensaba que su
               cabeza estaba llena  de estúpidas supersticiones. Billy me había advertido que me
               apartara de los Cullen...
                     El nombre removió algo en mi interior, algo que comenzó a abrirse camino
               hacia la superficie, algo a lo que sabía que no me quería enfrentar.
                     —Es ridículo —resopló Charlie.
                     Nos quedamos sentados en silencio durante unos momentos. El cielo ya no
               estaba oscuro al otro lado de la ventana. El sol había comenzado a salir en algún
               lugar detrás de las nubes.
                     —¿Bella? —me preguntó Charlie.




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