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AUTOR                                                                                               Libro
                     Le miré con inquietud.
                     —¿Te dejó sola en el bosque? —tanteó Charlie.
                     Eludí la pregunta.
                     —¿Cómo supisteis dónde encontrarme? —mi mente rehuía asumir el carácter
               inevitable de lo que había sucedido, que se me hacía presente con gran rapidez.
                     —Gracias a tu nota —contestó Charlie, sorprendido. Buscó en el bolsillo trasero
               de los vaqueros y sacó un trozo de papel muy sobado. Estaba sucio y húmedo, con
               muchas arrugas producidas al haberlo abierto y cerrado varias veces. Lo desdobló de
               nuevo y me lo mostró como prueba. Las letras desordenadas se parecían mucho a las
               mías.
                     «Voy a dar un paseo con Edward por el sendero. Volveré pronto, B.»
                     —Telefoneé a los Cullen al ver que no volvías, pero no contestó nadie —
               continuó Charlie en voz baja—. Entonces llamé al hospital y el doctor Gerandy me
               informó de que Carlisle se había trasladado.
                     —¿Adónde han ido? —murmuré.
                     Charlie me miró fijamente.
                     —¿No te lo dijo Edward?
                     Sacudí la cabeza, y me encogí, asustada. El sonido de su nombre dio rienda
               suelta a aquello que me mordía por dentro, un dolor que me golpeó hasta dejarme
               sin aliento; me quedé atónita ante su fuerza.
                     Me observó dubitativo, mientras contestaba:
                     —A  Carlisle   le   han   ofrecido   trabajo   en   un   gran   hospital   de   Los   Ángeles.
               Supongo que le prometieron montones de dinero.

                     La soleada Los Ángeles. Justo el último lugar al que ellos irían de verdad.
               Recordé mi pesadilla del espejo... La brillante luz del sol rompiéndose en mil reflejos
               sobre su piel...
                     Una auténtica agonía me recorrió al recordar su rostro.
                     —Quiero saber si Edward te dejó sola en mitad del bosque —insistió Charlie.
                     La mención de su nombre provocó otra oleada de dolor lacerante que me
               removió entera. Sacudí la cabeza frenética, desesperada por escapar de ese dolor.
                     —Fue culpa mía. Me dejó justo aquí, en el sendero, a la vista de la casa, pero yo
               intenté seguirle.
                     Charlie comenzó a decir algo, pero me tapé los oídos como una niña pequeña.
                     —No puedo hablar más de esto, papá. Quiero irme a mi cuarto.
                     Antes de que él pudiera contestar, salí a trompicones del sofá y me deslicé como
               pude hasta las escaleras.
                     Alguien había pasado por la casa de Charlie para dejarle una nota que le
               permitiera encontrarme. Una terrible sospecha empezó a crecer en mi interior en
               cuanto a lo que eso significaba. Corrí hacia mi habitación, cerré la puerta de un
               portazo y eché el cerrojo antes de correr hacia el reproductor de CD cercano a la
               cama.
                     Todo estaba exactamente igual que cuando lo dejé. Presioné la parte superior de
               la tapa del CD. Se accionó el pestillo y se abrió la tapa lentamente.




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