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Me acompañó hasta mi coche y me armé de valor para plantearle las cosas.
—¿Te importaría si voy a verte hoy? —me preguntó antes de que llegáramos,
dejándome casi fuera de combate.
—Claro que no.
—¿Ahora? —preguntó de nuevo mientras me abría la puerta delantera.
—Sí, claro —me disgustó la urgencia que se detectaba en su voz, pero no dejé
que eso se notara en la mía—. Sólo iba a echar una carta para Renée en el buzón de
correos que hay de camino. Nos vemos allí.
Miró el grueso sobre del asiento del copiloto. De pronto, se inclinó hacia mí y lo
recogió.
—Yo lo haré —repuso con calma—, y aun así llegaré antes que tú.
Esbozó esa sonrisa torcida suya, mi favorita, pero algo iba mal, porque la
alegría de los labios no subía hasta los ojos.
—De acuerdo —asentí, aunque era incapaz de devolverle la sonrisa. Cerró la
puerta y se dirigió a su coche.
Y en verdad se me adelantó. Estaba aparcado en el sitio de Charlie cuando
llegué a la puerta de la casa. Esto era un mal indicio. En tal caso, no pensaba
quedarse mucho rato. Sacudí la cabeza e inspiré hondo mientras intentaba hacer
acopio de algo de valor.
Salió de su coche a la vez que yo del mío, se acercó y me recogió la mochila.
Hasta aquí todo era normal. Pero la puso otra vez en el asiento, y eso se salía de lo
habitual.
—Vamos a dar un paseo —propuso con una voz indiferente al tiempo que me
tomaba de la mano.
No contesté. No se me ocurrió la forma de protestar, aunque rápidamente supe
que quería hacerlo. Esto no me gusta, va mal, pero que muy mal, repetía de continuo una
voz dentro de mi mente.
Él no esperó una respuesta. Me condujo hacia el lado este del patio, donde
lindaba con el bosque. Le seguí a regañadientes mientras intentaba superar el pavor
y pensar algo, pero entonces me obligué a recordar que aquello era lo que pretendía:
una oportunidad para aclarar las cosas. En ese caso, ¿por qué me inundaba el pánico?
Sólo habíamos caminado unos cuantos pasos por el espeso bosque cuando se
detuvo. Apenas habíamos llegado al sendero, ya que todavía podía ver la casa. Era
un simple paseo.
Edward se recostó en un árbol y me miró con expresión impasible.
—Está bien, hablemos —dije y sonó más valiente de lo que yo me sentía.
Inspiró profundamente.
—Bella, nos vamos.
Yo también inspiré profundamente. Era una opción aceptable, y pensé que ya
estaba preparada, pero debía preguntarlo:
—¿Por qué ahora? Otro año...
—Bella, ha llegado el momento. De todos modos, ¿cuánto tiempo más podemos
quedarnos en Forks? Carlisle apenas puede pasar por un treintañero y actualmente
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