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AUTOR                                                                                               Libro
               fotografía del carrete recogería algo que se acercara al original. Lo dudaba, pero
               Edward   no   parecía   inquieto   porque   estuviera   en   blanco.   Me   reí   entre   dientes,
               pensando en su carcajada despreocupada de la noche anterior. La risa desapareció.
               ¡Había cambiado todo tanto y con tanta rapidez...!
                     Me hacía sentir un poco  mareada, como si me encontrara al borde de un
               precipicio en algún lugar muy alto.
                     No quería pensar más en ello. Tomé la cámara y subí las escaleras.
                     Mi habitación no había cambiado mucho en los diecisiete años transcurridos
               desde la marcha de mi madre. Las paredes seguían pintadas de azul claro y delante
               de la ventana colgaban las mismas amarillentas cortinas de encaje. Había una cama
               en vez de una cuna, pero, sin duda, ella reconocería la colcha colocada de forma
               descuidada, ya que había sido un regalo de la abuela.
                     A pesar de todo, saqué una instantánea de la habitación. No había mucho más
               que fotografiar, afuera la noche era cerrada; sin embargo, el sentimiento cada vez
               crecía más fuerte, era ya casi una compulsión. Tendría que reflejar todo lo que
               pudiera de Forks antes de que tuviera que dejarlo.
                     Podía sentir el cambio que se avecinaba. No era una perspectiva agradable, no
               cuando la vida ya era perfecta tal y como estaba.
                     Me   tomé   mi   tiempo   para   bajar   las   escaleras   con   la   cámara   en   la   mano,
               intentando ignorar las mariposas que revoloteaban por mi estómago cuando pensaba
               en la extraña distancia que rehusaba ver en los ojos de Edward. Él lo superaría.
               Probablemente   estaba   preocupado   porque   me   disgustaría   si   me   pedía   que   nos
               marcháramos. Le dejaría arreglarlo todo sin entrometerme y estaría lista para cuando

               me lo pidiera.
                     Ya tenía la cámara preparada cuando me asomé por la esquina del salón,
               intentando sorprenderle. Estaba segura de que era imposible pillarle desprevenido,
               pero, sin embargo, él no alzó la vista. Me recorrió un gran estremecimiento, como si
               algo helado se hubiera deslizado por mi estómago. No hice caso a esta sensación y le
               tomé una foto.
                     Entonces, ambos me miraron. Charlie frunció el ceño y el rostro de Edward
               continuó vacío, sin expresión.
                     —¿Qué haces, Bella? —se quejó Charlie.
                     —Venga, vamos —intenté sonreír mientras me sentaba en el suelo frente al sofá
               donde se había echado Charlie—. Ya sabes que mamá pronto estará llamando para
               saber si estoy usando los regalos. Tengo que ponerme a la tarea antes de herir sus
               sentimientos.
                     —Pero ¿por qué me haces fotos a mí? —refunfuñó.
                     —Es que eres tan guapo... —repliqué mientras intentaba mantener un tono
               desenfadado—. Y además, como has sido tú quien me ha comprado la cámara, estás
               obligado a servirme de tema para las fotos.
                     Él murmuró algo ininteligible.
                     —Eh, Edward —dije con una indiferencia admirable—. Anda, haznos una a mi
               padre y a mí, juntos.




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