Page 76 - Manolito Gafotas
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importarle. Mi padre protestaba por la cena, como siempre:
        —Otra vez acelgas, otra vez pasto. Catalina, me vas a matar de aburrimiento.
        Y el Imbécil se reía con las tonterías de mi abuelo como todas las noches, sin
      saber que no eran tonterías sino demencia por falta de riego sanguíneo. Le dije a
      mi madre cuando me estaba lavando los pies para ir a acostarme:
        —¿Puedo dormir con el Imbécil?
        —Hijo  mío,  qué  mosca  te  ha  picado.  Nunca  has  querido  acostarte  con  él,
      tuvimos que cerrar la terraza para que pudieras estar con tu abuelo y ahora me
      dices que quieres dormir con tu hermano. Estás como una cabra.
        —¿La locura es hereditaria?
        —¿No me estarás llamando loca?
        —No, lo digo por el abuelo.
        —Ah,  ése  —dijo  mi  madre  echándose  a  reír  misteriosamente—,  ése  está
      como un cencerro.
        El  momento  de  la  verdad  había  llegado.  Mi  abuelo  y  yo  a  oscuras  en  la
      habitación, con la radio puesta como todas las noches de nuestra vida.
        —Venga, Manolito, majo, ven a calentarme los pies.
        Eso me dijo, y me dio las veinticinco pesetas para la hucha, como todas las
      noches  de  nuestra  vida.  Y  yo  me  metí  en  su  cama.  ¿Serías  tú  tan  valiente  de
      decirle que no a un loco sin riego sanguíneo? Cuando los pies de mi abuelo ya
      estaban calientes, suspiró y dijo la misma frase de antes de dormir:
        —Qué  alivio,  esto  ya  es  otra  cosa  —pero  esa  noche,  mi  abuelo  siguió
      hablando—: Al principio casi me da un paro cardíaco cuando el tío del cuarto
      abrió  la  puerta  y  me  pilló  haciendo  las  rayas  en  su  descansillo,  luego  se  me
      ocurrió lo del mareo, y luego a tu madre lo de la demencia senil. No me dirás
      que no lo hemos hecho bien entre todos, Manolito.
        Mi  madre  diciendo  mentiras,  mi  abuelo  haciéndose  el  loco,  los  vecinos
      tragándose la historia y yo… yo también. Había veces que era más tonto de lo
      que parecía a primera vista.
        —Entonces, ¿ni estás loco ni te vas a morir dentro de tres meses y medio?
        —Pues no, estoy hecho una porquería pero tengo el cerebro de un niño.
        Jo, qué día había pasado. Mi arsenal de lágrimas se había agotado, así que
      esperaba que al día siguiente no pasara nada malo ni a mí me diera por cometer
      ningún delito.
        Lo que estaba claro era que a veces no sabía por qué hacía las cosas.
        —Abuelo,  no  sé  por  qué  lo  hice.  No  sé  por  qué  pinté  la  escalera  con  los
      rotuladores.
        Entonces  mi  abuelo  me  dijo  que  no  siempre  uno  sabía  por  qué  hacía  las
      cosas.  Mi  abuelo  me  dijo  que  desde  que  existen  los  rotuladores  en  el  mundo
      mundial muchos niños han pintado las paredes y ninguno de ellos sabía por qué lo
      había hecho.
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