Page 71 - Manolito Gafotas
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Bueno,  pues  estábamos  en  que  me  miró  las  manos  y  me  las  vio  llenas  de
      manchas de rotulador. De repente, se quedó más pálida que una puerta viendo mi
      barandilla fantástica, empezó a bajar las escaleras siguiendo su rastro y creo que
      llegó  hasta  el  portal.  El  Imbécil  la  seguía  pasando  el  dedo  por  las  líneas  de
      colores.  Luego  la  oí  subir  muy  despacio.  Cuando  mi  madre  hace  algo  muy
      despacio  es  que  está  a  punto  de  estallar  la  Tercera  Guerra  Mundial;  así  que
      cuando  iba  por  el  segundo  me  puse  a  llorar,  a  ver  si  así  evitaba  que  me
      condenaran  a  muerte.  Lloraba  suavecito  porque  algo  me  decía  que  tenía  que
      guardar mis reservas de lágrimas para las próximas cinco horas.
        La intuición no me había fallado, amigos. Cuando mi madre llegó al tercero
      me dio mi colleja correspondiente.
        A mi madre no la contratan para Karate Kid, tercera parte,  porque  no  hay
      justicia en este mundo, pero mi madre es cien mil veces mejor que el maestro
      de Karate Kid. Cuando me dio la colleja que te he dicho, yo pensé: « Pues vaya
      golpe más tonto» .
        Pero a la media hora empecé a sentir un calor repentino en la parte afectada.
      Si en ese momento me hubieran echado un huevo en la nuca, el huevo se hubiera
      frito. Con eso lo digo todo. Aún así, prefiero mil veces una colleja a las broncas
      de viva voz. Cuando mi madre encuentra un buen tema por el que reñirte, estás
      acabado. El rollo repollo puede durar semanas, a veces meses, incluso años.
        Aquel día el asunto tenía muy mala pinta. Mi madre dijo:
        —Este  niño  me  va  a  matar,  ha  dibujado  con  los  rotuladores  por  toda  la
      escalera  y  se  acababa  de  pintar.  Encima  no  podemos  ocultar  que  ha  sido  él
      porque las rayas que ha hecho el monicaco éste llegan hasta nuestra puerta. La
      comunidad nos hará pagar la pintura, nos quedaremos sin dinero…
        Mi madre seguía, seguía y seguía hablando, pero yo ya no la escuchaba. Las
      lágrimas que ahora salían de mis ojos eran de pena. Me imaginaba a mí y a toda
      mi familia en la calle, muertos de frío, con agujeros en la camiseta, pidiendo
      limosna  y  un  bocadillo  de  nocilla  para  merendar,  como  aquella  familia  que
      vimos un día en la Puerta del Sol que cantaban para ganarse las limosnas. Mi
      abuelo  les  dio  trescientas  pesetas  para  que  se  callasen  un  rato,  porque  él
      personalmente no los podía soportar. La gente aplaudió la increíble idea de mi
      abuelo,  porque  la  verdad  es  que  aquella  familia  cantaba  peor  que  todas  las
      familias que he conocido en la vida. Dice mi abuelo que ahora esa familia se
      gana la vida yendo a los parques con un cartel que dice: « Si no nos das limosna,
      cantamos (tenemos flauta y guitarra de cuatro cuerdas)» .
        Creo que les va bastante bien; la gente les llena la gorra de monedas de oro.
      Mi abuelo es un fuera de serie arreglándole la vida a la gente; es como Supermán
      pero, con menos poderes; el Imbécil y yo le llamamos Superpróstata.
        Mi madre seguía a lo suyo:
        —Dentro de un rato empezarán a venir los vecinos a decirme: « A ver si le
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