Page 72 - Manolito Gafotas
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atas las manos a tu Manolito» y « ¿Ahora quién va a pagar el arreglo?» . Y luego
por la noche vendrá tu padre y me dirá: « La culpa la tienes tú que le regalas los
rotuladores» y « Me dirás cómo pagamos este mes este imprevisto» .
Entonces mi abuelo se levantó de la silla como si estuviera en el Congreso de
los Diputados, levantó la mano como para decir algo muy importante y dijo:
—No os preocupéis porque… voy un momento al water.
No es que no nos tuviéramos que preocupar porque iba al water, es que a
veces las ganas le entran repentinamente por culpa de la próstata maldita y tiene
que interrumpir las mejores frases de su vida. Volvió en seguida:
—No os preocupéis porque esto lo va a arreglar el abuelo Nicolás.
El Imbécil se puso a aplaudir. Para él todo es muy sencillo en la vida; a mí
me pasaba igual cuando era pequeño.
—Catalina —siguió diciendo mi abuelo en su silla del Congreso de los
Diputados—, ni una palabra más.
Cuando mi madre se fue a recoger la cocina, mi abuelo me pidió con bastante
misterio más rotuladores. Yo fui a la cartera y se los di. Me guiñó un ojo y salió
por la puerta sin decir esta boca es mía.
Me quedé sentado en el sofá, pero la curiosidad no me dejaba vivir ni un
segundo más en el globo terráqueo. Salí por la puerta igual de sigilosamente que
había salido mi abuelo. Cuando vi lo que vi no podía creerlo. A ti te hubiera
pasado lo mismo:
Mi abuelo estaba pintando con los rotuladores otras tres rayas del tercero al
cuarto. Me acerqué a él muy despacio y le dije bajito:
—Abuelo.
—Joé, Manolito, casi me matas del susto —me confesó.
Los dos hablábamos tan bajo como cuando estamos en la cama.
—¿Qué haces, abuelo?
—Voy a pintar las rayas hasta el cuarto, así nadie tiene por qué echarte la
culpa. Se la pueden echar también al del cuarto. Por mucho que te acusen, tú
niégalo todo. Y ahora vete a casa.
Superpróstata actuaba de nuevo. Me metí en mi casa y al cabo de cinco minutos
empezamos a escuchar gritos en el descansillo. Mi madre, el Imbécil y yo
salimos a la escalera. La Luisa subió desde el segundo, y uno, que no sé cómo se
llama, bajó desde el quinto. El del cuarto gritaba:
—¡De repente, abro la puerta y qué veo, a don Nicolás haciendo rayas de
rotulador al lado de mi puerta, y claro, yo eso no lo puedo tolerar, hasta ahí
podíamos llegar!