Page 163 - Frankenstein
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El ayer del hombre no será jamás igual a su maña-
na.
¡Nada es duradero salvo la mutabilidad!.
Era casi mediodía cuando llegué a la cima.
Permanecí un rato sentado en la roca que do-
minaba aquel mar de hielo. La neblina lo en-
volvía, al igual que a los montes circundantes.
De pronto, una brisa disipó las nubes y descen-
dí al glaciar. La superficie es muy irregular,
levantándose y hundiéndose como las olas de
un mar tormentoso, y está surcada por profun-
das grietas. Este campo de hielo tiene casi una
legua de anchura, y tardé cerca de dos horas en
atravesarlo. La montaña del otro extremo es
una roca desnuda y escarpada. Desde donde
me encontraba, Montanvert se alzaba justo en-
frente, a una legua, y por encima de él se levan-
taba el Mont Blanc, en su tremenda majestuosi-
dad. Permanecí en un entrante de la roca admi-
rando la impresionante escena. El mar, o mejor
dicho: el inmenso río de hielo, serpenteaba por