Page 244 - Frankenstein
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cuando el dulce trino de algún pájaro rompía la
total quietud. Todo, menos yo, descansaba o
gozaba. Yo, como el archidemonio, llevaba un
infierno en mis entrañas; y, no encontrando a
nadie que me comprendiera, quería arrancar los
árboles, sembrar el caos y la destrucción a mi
alrededor, y sentarme después a disfrutar de
los destrozos.
Pero era una sensación que no podía durar;
pronto el exceso de este esfuerzo corporal me
fatigó, y me senté en la hierba húmeda, sumido
en la impotencia de la desesperación. No había
uno de entre los millones de hombres en la Tie-
rra que se compadeciera de mí y me auxiliara.
¿Debía yo entonces sentir bondad hacia mis
enemigos? ¡No! Desde aquel momento declara-
ría una guerra sin fin contra la especie, y en
particular contra aquel que me había creado y
obligado a sufrir esta insoportable desdicha.
Salió el sol. Al oír voces, supe que me sería
imposible volver a mi refugio durante el día. De
modo que me escondí entre la maleza, con la