Page 370 - Frankenstein
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de escondrijo a mi adversario. Pero no descubrí
rastro alguno de él; y empezaba a pensar que
alguna providencial casualidad habría interve-
nido para impedirle llevar a cabo su amenaza,
cuando oí un grito agudo y estremecedor. Ve-
nía de la habitación donde descansaba Eliza-
beth. Al oírlo comprendí la estremecedora ver-
dad, y me quedé paralizado; noté cómo la san-
gre me corría por las venas y me ardía en las
puntas de los dedos. Un instante después escu-
ché un nuevo grito y corrí hacia la alcoba.
¡Dios mío!, ¿cómo no morí entonces? ¿Por qué
me hallo aquí narrando la destrucción de mi
mayor esperanza, y la muerte de la más pura
criatura? Estaba tendida en el lecho, inánime, la
cabeza ladeada, las facciones pálidas y convul-
sas, semiocultas por el cabello. Doquiera que
vaya veo la misma imagen: los brazos exangües
y el cuerpo lacio, tirado sobre el tálamo nupcial
por su asesino. ¿Cómo pude ver esto y seguir
viviendo? ¡Cuán tenaz es la vida, y cómo se