Page 374 - Frankenstein
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las manos asesinas, mientras Ernest yacía inerte
   a sus pies. Esta idea me hizo estremecer y me
   devolvió a la realidad. Me levanté, y decidí vol-
   ver a Ginebra de inmediato.
     No había caballos disponibles, y tuve que
   hacer el viaje a través del lago, aunque el viento
   no era favorable y llovía torrencialmente. Sin
   embargo, apenas había amanecido y podía con-
   fiar en estar en casa por la noche. Contraté al-
   gunos  remeros,  y  yo  mismo  tomé  uno  de  los
   remos, pues siempre había notado que el ejerci-
   cio físico paliaba los sufrimientos del espíritu.
   Pero lo inmenso de mi pesar y el exceso de agi-
   tación que había padecido me impedían cual-
   quier esfuerzo. Dejé el remo, y apoyando la
   cabeza entre las manos me abandoné al dolor.
   Al levantar la vista veía los parajes que me eran
   familiares de los tiempos lejanos de mi felici-
   dad, y que aún el día anterior había contempla-
   do con la que ahora no era sino una sombra y
   un recuerdo. Lloré amargamente. La lluvia
   había cesado unos instantes, y vi los peces ju-
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