Page 117 - Frankenstein
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una inmensa y sombría escena maléfica, y pre-
sentí confusamente que estaba destinado a ser
el más desdichado de los humanos. ¡Ay de mí!,
Vaticiné certeramente. Me equivoqué en una
sola cosa: todas las desgracias que imaginaba y
temía no llegaban ni a la centésima parte de la
angustia que el destino me tenía reservada.
Era completamente de noche cuando llegué a
las afueras de Ginebra; las puertas de la ciudad
ya estaban cerradas, y tuve que pasar la noche
en Secheron, un pueblecito a media legua al
este de la ciudad. El cielo estaba sereno, y pues-
to que no podía dormir, decidí visitar el lugar
donde habían asesinado a mi pobre William.
Como no podía atravesar la ciudad, me vi obli-
gado a cruzar hasta Plainpalais en barca, por el
lago. Durante el corto recorrido, vi los relámpa-
gos que, sobre la cima del Mont Blanc, dibuja-
ban las más hermosas figuras. La tormenta pa-
recía avecinarse con rapidez y, al desembarcar,
subí a una colina para desde allí observar mejor
su avance. Se acercaba; el cielo se cubrió de nu-