Page 116 - Frankenstein
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La carretera bordeaba el lago y se angostaba
   al acercarse a mi ciudad natal. Distinguí con la
   mayor claridad las oscuras laderas de los mon-
   tes jurásicos y la brillante cima del Mont Blanc.
   Lloré como un chiquillo: «¡Queridas montañas!
   ¡Mi hermoso lago! ¿Cómo recibís al caminante?
   Vuestras cimas centellean, el lago y el cielo son
   azules... ¿Es esto una promesa de paz o es una
   burla a mi desgracia?»
     Temo, amigo mío, hacerme pesado si me sigo
   remansando en estos preliminares, pero fueron
   días de relativa felicidad y los recuerdo con
   placer. ¡Mi tierra!, ¡Mi querida tierra! ¿Quién,
   salvo el que haya nacido aquí, puede compren-
   der el placer que me causó volver a ver tus ria-
   chuelos, tus montañas, y sobre todo tu hermoso
   lago?
     Sin embargo, a medida que me iba acercando
   a casa, volvió a cernirse sobre mí el miedo y la
   ansiedad. Cayó la noche; y cuando dejé de po-
   der ver las montañas, aún me sentí más apesa-
   dumbrado. El paisaje se me presentaba como
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