Page 113 - Frankenstein
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Clerval, que me había estado observando
   mientras leía la carta, se sorprendió al ver la
   desesperación en que se trocaba la alegría que
   había expresado al saber que habían llegado
   noticias de mis amigos. Tiré la carta sobre la
   mesa y me cubrí el rostro con las manos.
     ––Querido Frankenstein ––dijo al verme llorar
   con amargura––, ¿habrás de ser siempre desdi-
   chado? ¿Qué ha ocurrido, amigo mío?
     Le indiqué que leyera la carta, mientras yo
   paseaba arriba y abajo de la habitación lleno de
   angustia. Las lágrimas le corrieron por las meji-
   llas a medida que leía y comprendía mi desgra-
   cia.
     ––No puedo ofrecerte consuelo alguno, amigo
   mío ––dijo––, tu pérdida es irreparable. ¿Qué
   piensas hacer?
     ––Ir de inmediato a Ginebra. Acompáñame,
   Henry, a pedir los caballos.
     Mientras caminábamos, Clerval se desvivía
   por animarme, no con los tópicos usuales, sino
   manifestando su más profunda amistad.
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