Page 111 - Frankenstein
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no podía descansar pensando en que mi querido hijo
   se había perdido y se encontraría expuesto a la
   humedad y el frío de la noche.  Elizabeth también
   sufría enormemente. Alrededor de las cinco de la
   madrugada hallé a mi pequeño, que la noche anterior
   rebosaba actividad y salud, tendido en la hierba,
   pálido e inerte, con las huellas en el cuello de los
   dedos del asesino.
     Lo llevamos a casa, y la agonía de mi rostro pronto
   delató el secreto a Elizabeth. Se empeñó en ver el
   cadáver. Intenté disuadirla pero insistió. Entró en la
   habitación donde reposaba, examinó precipitadamen-
   te el cuello de la víctima, y retorciéndose las manos
   exclamó:
     ¡Dios mío! He matado a mi querido chiquillo.
     Perdió el conocimiento y nos costó mucho reani-
   marla. Cuando volvió en sí, sólo lloraba y suspiraba.
   Me dijo que esa misma tarde William la había con-
   vencido para que le dejara ponerse una valiosa mi-
   niatura que ella tenía de tu madre. Esta joya ha des-
   aparecido, y, sin duda, fue lo que tentó al asesino al
   crimen. No hay rastro de él hasta el momento, aun-
   que las investigaciones continúan sin cesar. De to-
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