Page 339 - Frankenstein
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––Joven, hubiera creído que la presencia de su
   padre lo agradaría, en lugar de inspirarle tan
   violenta repugnancia.
     ––¡Mi padre! ,exclamé, mientras sentía que
   cada músculo se relajaba, y en mi alma la an-
   gustia se tornaba en alegría—. ¿Ha venido de
   verdad mi padre? ¡Qué felicidad! Pero ¿dónde
   está?, ¿por qué no entra?
     El cambio sorprendió y agradó al magistrado;
   quizá atribuyó mi anterior exclamación a un
   momentáneo retorno del delirio, e instantá-
   neamente recobró su benevolencia. Levantán-
   dose, abandonó la celda con la enfermera, y al
   momento entró mi padre.
     En ese momento nada podría haberme ale-
   grado más que su llegada. Tendiendo hacia él
   los brazos, exclamé:
     ––¿Entonces estás a salvo?; ¿y Elizabeth?; ¿y
   Ernest?
     Mi padre me tranquilizó, asegurándome que
   todos estaban bien, e intentó, hablándome de
   estos temas tan entrañables para mí, levantarme
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