Page 359 - Frankenstein
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ocurrido perdía por completo la razón. En oca-
siones me poseía una terrible furia, otras me
encontraba abatido y desanimado. Ni hablaba
ni miraba a nadie; permanecía inmóvil, abru-
mado por el cúmulo de desgracias que se abatí-
an sobre mí.
Sólo Elizabeth conseguía sacarme de estos
momentos de depresión; su dulce voz me sere-
naba cuando me poseía la cólera, y sabía des-
pertar en mí sentimientos humanos cuando la
apatía hacía de mí su presa. Lloraba conmigo y
por mí. Cuando volvía en razón me regañaba, y
se esforzaba por inculcarme resignación. Mas, si
bien los desdichados pueden aprender a resig-
narse, ¡no hay paz posible para los culpables!
Las torturas del remordimiento envenenan has-
ta la tranquilidad que, a veces, procura una
tristeza infinita.
Poco después de nuestra llegada, mi padre se
refirió a mi próxima unión con mi prima. Yo
permanecía en silencio.