Page 87 - Frankenstein
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estreché la mano y al instante olvidé mi horror
y mi desgracia. Repentinamente, y por primera
vez en muchos meses, sentí que una serena y
tranquila felicidad me embargaba. Recibí, por
tanto, a mi amigo de la manera más cordial, y
nos encaminamos hacia la universidad. Clerval
me habló durante algún rato de amigos comu-
nes y de lo contento que estaba de que le hubie-
ran permitido venir a Ingolstadt.
Puedes suponer lo difícil que me fue conven-
cer a mi padre de que no es absolutamente im-
prescindible para un negociante el no saber
nada más que contabilidad. En realidad, creo
que aún tiene sus dudas, pues su eterna res-
puesta a mis incesantes súplicas era la misma
que la del profesor holandés de El Vicario de
Wakefield: «Gano diez mil florines anuales sin
saber griego, y como muy bien sin saber grie-
go».
––Me hace muy feliz volver a verte, pero di-
me cómo están mis padres, mis hermanos y
Elizabeth.