Page 89 - Frankenstein
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al pie de la escalera, y subí a mi cuarto corrien-
   do. Con la mano ya en el picaporte me detuve
   unos instantes para sobreponerme. Un escalo-
   frío me recorrió el cuerpo. Abrí la puerta de par
   en par, como suelen hacer los niños cuando
   esperan encontrar un fantasma esperándolos;
   pero no ocurrió nada. Entré temerosamente: la
   habitación estaba vacía. Mi dormitorio también
   se encontraba libre de su horrendo huésped.
   Apenas si podía creer semejante suerte. Cuando
   me hube asegurado de que mi enemigo cierta-
   mente había huido, bajé corriendo en busca de
   Clerval, dando saltos de alegría.
     Subimos a mi cuarto, y el criado enseguida
   nos sirvió el desayuno; pero me costaba domi-
   narme. No era júbilo lo único que me embarga-
   ba. Sentía que un hormigueo de aguda sensibi-
   lidad me recorría todo el cuerpo, y el pecho me
   latía fuertemente. Me resultaba imposible per-
   manecer quieto; saltaba por encima de las sillas,
   daba palmas y me reía a carcajadas. En un prin-
   cipio Clerval atribuyó esta insólita alegría a su
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