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Lo cual quiere decir que en sus páginas vivían las
hadas, los magos, algunos sabios, jarabes milagrosos,
encantamientos, gigantes, los malos y… los buenos. Los
buenos eran, por supuesto y casi siempre, los caballeros
andantes. ¡Los caballeros andantes! Esos señores
guerreros que iban siempre a caballo por todas partes,
metiéndose en líos y más líos.
Esos señores que no asomaban la nariz fuera de
casa si no llevaban puesta su complicadísima armadura
y su pesado yelmo (que era un casco con visera) y si no
llevaban en una mano el escudo y en la otra la lanza.
Esos señores que no estaban tranquilos si no tenían
cada cual su dama, a quien ofrecer hazañas y proezas.
Que andaban de torneo en torneo y de duelo en duelo. Esos
señores que estaban siempre entre hadas y magos y que
llevaban en los bolsillos pomaditas mágicas y filtros de amor.
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