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Empezó a llamarse él mismo don Quijote de la Mancha
(otros lo llamaron después el Caballero de la Triste
Figura). Y a su caballo, que era más flaco que un palo de
escoba, lo llamó Rocinante.
Empezó su iniciación como caballero quedándose toda
la noche, con los ojos como medialunas, vigilando sus armas.
Y tomó todas estas cosas muy en serio.
—Todo el mundo me necesita
—murmuraba mientras cepillaba la
cola del recién bautizado Rocinante.
—La incomparable Dulcinea del
Toboso me pide que ayude a los pobres,
que despanzurre gigantes, que gane
torneos…
Y acompañaba cada uno de estos estribillos haciendo
pruebitas y piruetas.
Por ejemplo, daba unos lindos golpes de espada a su
escudo, para probar si era lo suficientemente fuerte como
para pelear con los gigantes.
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