Page 155 - Coleccion d elibros de lectura
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—¿Adónde vas, don Quijote? —le
                                                           cantó un pajarito preguntón que ya
                                                           lo había visto varias veces, pero nunca
                                                           con unos ropajes tan raros y con aquella
                                                           lanza tan larga, que casi le hacía perder el
                                                           equilibrio.
                                                               —¿Adónde vas, Sancho Panza? —le
                                                           preguntó una lagartija al buen campesino.
                                            Pero ni uno ni otro podían contestar.
                                            Sancho, porque ya estaba pensando en la siesta que se

                                        iba a pegar después de comer, y don Quijote porque estaba
                                        pensando en su señora Dulcinea, a quien abandonaba para
                                        buscar aventuras quién sabía dónde y a qué distancia.
                                            Porque sin aventuras no hay caballero andante.
                                            Y sin caballero andante no hay aventuras.
                                            ¡Pero las señoras aventuras tardaban en aparecer y ya
                                        habían caminado casi todo el día!

                                                               —Señor don Quijote —preguntó
                                                           Sancho, que ya no daba más—, ¿no nos
                                                           vamos a tomar un descansito?
                                                               —Señor don Quijote —pensaba el
                                                           burro en que iba montado Sancho—,
                                                           cómo se ve que no llevas sobre tus
                                                           espaldas más que un poco de aire, pues
                                                           si estuvieras en mi lugar, hace rato que
                                                           te hubieras detenido a descansar.
                                            Y ya el sol se iba a acostar sin diversión alguna,

                                        cuando el viento le dijo:
                                                                  —¡Espera un poco, que nos
                                                              vamos a reír a costa de don Quijote!
                                            Y empezó a hacer lo único que sabe hacer el viento:
                                        soplar.
                                            Y sopló y sopló.









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