Page 86 - Primer libro VIM
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has recuperado”. Hubo más intentos de rehabilitación como el de la Clínica 32 del IMSS, al que acudía Gustavo
               dos veces por semana: “aún estaba muy contracturado –comenta- me dolían mucho los brazos al moverlos”.
               En la clínica le aplicaron compresas de agua caliente y un masaje muscular, por medio de ultrasonido.

               Ninguno de esos métodos, sin embargo, estaba sirviendo para resolver el problema de fondo: “estar en
               cama, paralizado y sin el acompañamiento experimentado de alguien que te de confianza para saber cómo
               es que tus músculos se deben ir ejercitando por sí mismos –comenta Gustavo- estaba haciendo inútil
               cualquier intento de ayudarme y, por lo mismo, me resultaba imposible salir de la depresión; no tenía
               energía para hacer nada ni querer saber de nada”. A tal grado –dice Gustavo- “que cuando el doctor me
               recomendó Vida Independiente, no me  interesó. Fue mi madre la que tomó nota y me llevó”.

               Desde entonces, Gustavo ha participado en no menos de 6 cursos. El primero fue como al año y medio
               de haberse accidentado. No existía la Alianza. Normalmente se hacían en las instalaciones del DIF, que
               están en Emiliano Zapata. Ahí fue donde Gustavo trabajó lo que nunca en su nueva vida: pues no había
               hecho ningún tipo de ejercicio. Desde el primer día comenzó su entrenamiento; al día siguiente, amaneció
               adolorido. Estaba un poco más animado, pero todavía con conflictos emocionales.

               En ese primer taller, Gustavo logró un avance mínimo (su discapacidad era muy severa y la falta de ejercicio
               le afectó): pero fue la puerta de entrada hacia su auténtica rehabilitación. “Realmente fue crucial, me
               rehabilitó por dentro, me rehabilitó el ánimo” –dice con gusto-: “a partir de ahí, empecé a tomar más
               talleres y a trabajar por mí mismo. Practicaba dos veces por semana, en el autódromo que está cerca de mi
               casa: el simple hecho de rodar y rodar, en plano y con resistencia, te fortalece mucho física y mentalmente”.
               Su madre, lo ha acompañado en todo momento: “ella es como mi ángel” –comenta con orgullo-.


               En el primer año, Gustavo utilizó una silla “monstruopédica” –como él mismo la llama- ¡de 40 kg, de peso
               y con respaldo tipo Luis XV!: en suelo plano, lograba moverla muy despacio (menos de un kilometro por
               hora, con el máximo esfuerzo). Actualmente, en su nueva silla de no más de 12 kg. de peso, Gustavo puede
               moverse a 10 km/hr.: la diferencia es abismal. Ni los mismos parapléjicos pueden mover una silla tan
               pesada, como la que él tenía.

               Entre más cursos tomaba Gustavo, más pudo hacer: bajar la rampa en dos puntos; subir la  plataforma de 10
               cm.; hacer pasajes en alturas similares a su silla (de la silla al carro o a la taza de baño o a otro asiento, por
               ejemplo), entre otros. Los pasajes representan todo un reto para su tipo de lesión: puede mover sus bíceps,
               para flexionar; pero la debilidad de sus hombros no da mucha altura. Por lo que tiene que arrastrarse para
               hacer una especie de catapulta con su cuerpo: utiliza el peso de su tronco para levantar la cadera. Esto, sin
               embargo, puede ser un arma de dos filos: pues si se pasa de fuerza, se cae al suelo. “Así me rompí la tibia
               –recuerda Gustavo-; pero no me di cuenta, porque no me dolió: perdí la sensibilidad fina, la que nos hace
               percibir el frío, el calor o el dolor”.

               Toda  esta  rehabilitación  física,  fue  para  Gustavo,  su  puerta  de  entrada  a  la  rehabilitación  psicológica:
               “mentalmente, me asumo que puedo superar cualquier obstáculo; incluso pidiendo ayuda. Todo lo que
               puedo hacer por mí mismo, lo hago; o al menos, lo intento; y, si ya no me fue posible, pido ayuda”. Hay
               personas con discapacidad que ni siquiera se atreven a eso: a pedir ayuda. La rehabilitación física en
               sincronía con la psicológica, ha tenido impacto no sólo en Gustavo sino en la gente que lo rodea: “la actitud
               de los demás hacia mí, se ha movido de la lástima a la admiración”.

               Muchas personas que ya lo conocen o es la primera vez que entran en contacto con él, expresan su
               admiración: “por la forma en que ven lo extraordinario de mi vida”. Siempre les hago ver –dice Gustavo-
               que “lo que he hecho, no es tan extraordinario; sino que es algo que cualquier persona tiene la capacidad
               de hacer”. Pero hay personas –comenta- “que no quieren salir de su cápsula y eso puede ser respetable”.

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