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a una magnitud que en la teoría clásica solo posee· carácter rela-
tivo: la velocidad de la luz». La constancia de su valor se desprende
directamente de las ecuaciones de Maxwell.
El propio Einstein hacía notar que el primer postulado «tam-
bién se satisface en la mecánica de Galileo y Newton». Era la
constancia de la velocidad de la luz la que, combinada con el prin-
cipio de relatividad, lo cambiaba todo. Como colofón, las trans-
formaciones de Lorentz se podían deducir directamente de este
segundo postulado sin una referencia directa a las ecuaciones de
Maxwell, y así lo hizo Einstein en su artículo de 1905.
Para comprobar la distorsión que introduce la constancia de
la velocidad de la luz, vamos a regresar al muelle de Galileo. Lle-
varemos a cabo una batería de experimentos que montaremos
primero de acuerdo con las leyes de Newton ( será la versión
mecánica) y a continuación con las de Maxwell (la versión elec-
tromagnética). Los resultados nos embarcarán en un viaje con-
ceptual que nos devolverá una imagen de la realidad mucho más
exacta que la que proporciona el sentido común. Y por ello mismo,
mucho más intrigante y extraordinaria.
EL FIN DE LA SIMULTANEIDAD
Ya hemos visto cómo las transformaciones de Lorentz imponen
unas nuevas reglas de juego, que impiden a los observadores coin-
cidir en su descripción de lo que ocurre, si se mueven. Analicemos
cómo afecta la constancia de la velocidad de la luz a la simultanei-
dad de dos sucesos.
EXPERIMENTO MECÁNICO
Empezaremos con dos sistemas, G ( con coordenadas x e y) y D
(x' e y'). Habitan un universo donde el tiempo fluye igual en todos
sus puntos, así que los observadores de uno y otro sistema pueden
comparar sus relojes y comprobar que marchan al mismo ritmo.
64 TODO MOVIMIENTO ES RELATIVO