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ket o, como es natural, sobre chicas. El rector del Trinity era Wi-
       lliam Whewell, un destacado investigador en filosofía e historia
       de la ciencia, además de poeta, traductor de Goethe y autor de
       sesudos sermones y tratados teológicos.  No es de extrañar que
       bajo su dirección, el Trinity fuera un hervidero de ideas y discu-
       siones sobre todo lo imaginable. Entre los temas que se trataban
       había uno que era de especial agrado para James, pues encendía
       sus emociones más internas: el sempiterno conflicto entre ciencia
       y religión.
           A ambos lados  del  debate había quienes pensaban que  se
       trataba de  dos materias totalmente incompatibles; para James
       eran complementarias. Su fe  era demasiado profunda e intensa
       como para verse sacudida por los argumentos de los ateos, pero
       su mente científica no permitía que las fisuras que pudieran exis-
       tir entre su fe y la ciencia quedaran arrinconadas en una esquina
       oscura; si existían, había que explorarlas. Su posición implicaba
       encontrarse siempre en la cuerda floja, porque cada nuevo descu-
       brimiento científico le obligaba a reexaminar sus creencias.
           La profunda fe  cristiana de James y su innegable entrega a
       la investigación científica le puso en muchas ocasiones en posi-
       ciones extremadamente delicadas a lo largo de su vida. Las más
       llamativas sucedieron cuando, siendo una estrella rutilante en el
       cielo de la física, recibió repetidas invitaciones para entrar a for-
       mar parte del Instituto Victoria, una organización fundada en 1865
       como respuesta a la publicación de El origen de las especies de
       Darwin y entre cuyos objetivos se encontraba «defender la Verdad
       de las Escrituras frente a la oposición que surge, no de la ciencia,
       sino de la seudociencia». El Instituto dejaba muy claro lo que para
       sus miembros era seudociencia: todas aquellas teorías científicas
       que contradecían una interpretación literal de la Biblia «deben
       ser mera seudociencia, esto es, una falsa interpretación de la na-
       turaleza». En marzo de 1875, Maxwell recibió una invitación por
       escrito y de su respuesta solo nos queda el esbozo incompleto en
       el anverso de la misma:

          Pienso que las conclusiones a las que llega cada persona en su inten-
           to por annonizar su ciencia con su cristianismo no deberían verse





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