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como que tuviera alguna significancia salvo para él mismo, y solo
                         durante un tiempo, y no debería recibir el sello de una sociedad. Está
                         en la naturaleza de la ciencia, especialmente en las ramas que se
                         están abriendo hacia regiones desconocidas, de estar continuamen-
                         te en cambio.

                         Estas pocas líneas -en nada esclarecedoras- han planteado
                     muchos interrogantes a los biógrafos de Maxwell. ¿Cuáles eran
                     las razones por las que un cristiano evangélico como él se negó
                     a entrar en el Instituto Victoria? Diversos son los motivos que
                     se han aducido. Primero, la estrechez de miras reflejada en sus
                     documentos fundacionales,  sobre todo al  adoptar una estricta
                     interpretación literal de la Biblia. Segundo, la amplitud de ideas
                     de la religión personal de Maxwell, que practicaba una teología
                     tolerante producto de su niñez en una casa cuyos padres perte-
                     necían a  dos iglesias diferentes: su repetida afirmación de «no
                     tengo nariz para detectar la herejía» deja claro que su fe era algo
                     demasiado personal. Y, finalmente, porque Maxwell siempre dudó
                     de expresar públicamente sus ideas en materias en las que no se
                     consideraba un experto.
                         Cuestión  aparte  merecía el  divertimento  más popular de
                     aquella época, el espiritismo. Nacido en Hydesville, un pequeño
                     villorrio del norte del estado de Nueva York,  de la mano de dos
                     niñas, las hermanas Katie y Maggie Fox, el contacto con los muer-
                     tos a través de preguntas y golpes en las paredes comenzó el 31 de
                     marzo de 1848. Cuatro años más tarde, en 1852, contaba con cerca
                     de 750 000 seguidores, un 3 % de la población.
                         Los británicos conocieron las maravillas del espiritismo a tra-
                     vés de una médium norteamericana llamada W.R. Hayden, esposa
                     de un antiguo propietario de un periódico de Nueva Inglaterra.
                     Llegada a Londres en 1852, por una guinea podían escuchar los
                     consabidos golpes en diferentes lugares de la habitación. Hayden
                     era una avezada conocedora de la lectura en frío, una técnica por
                     la cual el médium es capaz de «pescar» información o saber si su
                     predicción va por buen camino gracias a esas pequeñas reaccio-
                     nes que el cliente tiene cuando se sorprende ante el «acierto». De
                     esta forma pensó George Heruy Lewes, propietario y director de





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