Page 58 - 25 Maxwell
P. 58
como que tuviera alguna significancia salvo para él mismo, y solo
durante un tiempo, y no debería recibir el sello de una sociedad. Está
en la naturaleza de la ciencia, especialmente en las ramas que se
están abriendo hacia regiones desconocidas, de estar continuamen-
te en cambio.
Estas pocas líneas -en nada esclarecedoras- han planteado
muchos interrogantes a los biógrafos de Maxwell. ¿Cuáles eran
las razones por las que un cristiano evangélico como él se negó
a entrar en el Instituto Victoria? Diversos son los motivos que
se han aducido. Primero, la estrechez de miras reflejada en sus
documentos fundacionales, sobre todo al adoptar una estricta
interpretación literal de la Biblia. Segundo, la amplitud de ideas
de la religión personal de Maxwell, que practicaba una teología
tolerante producto de su niñez en una casa cuyos padres perte-
necían a dos iglesias diferentes: su repetida afirmación de «no
tengo nariz para detectar la herejía» deja claro que su fe era algo
demasiado personal. Y, finalmente, porque Maxwell siempre dudó
de expresar públicamente sus ideas en materias en las que no se
consideraba un experto.
Cuestión aparte merecía el divertimento más popular de
aquella época, el espiritismo. Nacido en Hydesville, un pequeño
villorrio del norte del estado de Nueva York, de la mano de dos
niñas, las hermanas Katie y Maggie Fox, el contacto con los muer-
tos a través de preguntas y golpes en las paredes comenzó el 31 de
marzo de 1848. Cuatro años más tarde, en 1852, contaba con cerca
de 750 000 seguidores, un 3 % de la población.
Los británicos conocieron las maravillas del espiritismo a tra-
vés de una médium norteamericana llamada W.R. Hayden, esposa
de un antiguo propietario de un periódico de Nueva Inglaterra.
Llegada a Londres en 1852, por una guinea podían escuchar los
consabidos golpes en diferentes lugares de la habitación. Hayden
era una avezada conocedora de la lectura en frío, una técnica por
la cual el médium es capaz de «pescar» información o saber si su
predicción va por buen camino gracias a esas pequeñas reaccio-
nes que el cliente tiene cuando se sorprende ante el «acierto». De
esta forma pensó George Heruy Lewes, propietario y director de
58 EN EL RÍO CAM