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Cuando el 26 de agosto de 1743 nació el primer hijo de Jean-
Antoine Lavoisier y Émilie Punctis dos tradiciones marcaban su
futuro. La primera, seguida por la familia de su padre durante más
de doscientos años, decía que uno de sus nombres tenía que ser
Antoine. La segunda, que aún no era centenaria, pero que ya es-
taba presente tanto en la rama paterna como en la materna, decía
que debía dedicarse a las leyes. Aunque sus antepasados eran
campesinos oriundos de Villers-Cotterets, localidad situada a unos
80 km al norte de París, los Lavoisier habían hecho su fortuna tra-
bajando al servicio de la ley en la capital de Francia. Y esta fortuna
no era escasa, pues les permitía tener una casa en la margen dere-
cha del Sena, la zona más rica de la ciudad. Los Punctis, por su
parte, habían encontrado su prosperidad realizando en provincias
un trabajo similar. Por ello, nada en el entorno familiar del recién
nacido presagiaba su dedicación a la ciencia
Jean-Antoine Lavoisier trabajaba como procurador en el Par-
lamento de París, institución que en aquellos momentos - y a
pesar de su nombre- no era una cámara de representantes, sino
el Tribunal General de Francia. No obstante, en la época en la que
nació Antoine, al no haberse reunido los Estados Generales en
más de un siglo, el Parlamento era la única institución que tenía
una cierta capacidad para emitir opiniones sobre las decisiones
del monarca y su cámara de gobierno.
UN CIENTÍFICO ENTRE ABOGADOS 17