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Introducción












        Johannes Kepler es una figura desconcertante. Podemos entender
        lo que hizo, pero es difícil entender cómo pudo hacerlo. Su obra nos
        produce asombro, admiración, veneración incluso y, a la vez, bo-
        chorno y escándalo. Erigió los pilares de la física moderna, pero,
        paradójicamente, lo hizo partiendo de los cimientos de una menta-
        lidad medieval. Junto a grandes demostraciones, aparecen pensa-
        mientos de incomprensible ingenuidad. En muchos de sus libros se
        encuentran conviviendo apuntes de su vida personal,  arrebatos
        místicos, florituras estilísticas y oraciones religiosas con teoremas
        precisos, tablas concienzudas, leyes correctas, errores reconocidos
        y argun1entos objetivos. A veces incluso, en la misma página se da
        esta mezcolanza de tan dispares elementos que,  a pesar de todo,
        forma un todo coherente en la mente de Kepler.
            Hoy es fácil,  al estudiar sus logros y sus errores, juzgar pen-
        sando: «Esto lo hizo bien; esto lo hizo mal;  aquí acertó; aquí se
        equivocó; ¿cómo pudo decir esto?». En lo que hizo hay verdades
        sublimes y auténticos disparates. Sin embargo, es necesario me-
        terse en su piel, tener muy presente esa época y esas circunstan-
        cias,  cuando  la ciencia moderna estaba naciendo,  y  hay que
        agradecerle su propia labor de comadrona.
            Su mérito es colosal. En el mundo de la astronomía, si Copér-
        nico no hubiera puesto el Sol en su sitio, algún otro lo hubiera hecho.
        Si Galileo no hubiera puesto el telescopio en posición vertical, algún






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