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estuvieran entre los vencedores o entre los vencidos, pudieran
reunirse sin generar problemas diplomáticos.
Por su parte, el impacto de la Segunda Guerra Mundial fue
doble. Por un lado, la persecución contra una supuesta «ciencia
judía» emprendida en Alemania por el régimen de Hitler puso
a Bohr en el dilema moral de tomar partido, usando todos sus
contactos y fuentes de financiación para facilitar la huida y reco-
locación del mayor número posible de científicos alemanes per-
seguidos. A la vez, el desarrollo de la guerra le empujó a tomar
parte activa en el Proyecto Manhattan para la fabricación de la
bomba atómica.
Mientras el conflicto aún se estaba desarrollando, tuvo lugar
uno de los encuentros más comentados de la física del siglo xx: la
entrevista que Bohr y su antiguo discípulo y amigo W erner Heisen-
berg, quien había sido «reclutado» por los nazis para la construc-
ción de una bomba atómica, mantuvieron en Copenhague tras la
invasión de Dinamarca por parte de Hitler. No se sabe de qué ha-
blaron, aunque se ha especulado mucho al respecto. En cualquier
caso, ese encuentro es un buen ejemplo de las complejidades éti-
cas con las que los científicos se topan con frecuencia.
Tras Hiroshima y N agasaki, Bohr emprendió una batalla por
la paz, el desarme y el internacionalismo de la ciencia, lo que
le llevó a jugar un papel relevante en la política internacional
de los primeros años de la Guerra Fría. En esto Bohr no estuvo
solo. Gran parte de su generación se vio envuelta en un conflicto
moral de difícil solución y que ponía en una situación muy difí-
cil a aquellos que habían soñado con una humanidad más justa,
fruto del conocimiento científico. Muchos le tacharon de inge-
nuo. Su propuesta era radicalmente contraria con el posterior
desarrollo de los acontecimientos de la Guerra Fría: Bohr creía
que la paz solo se mantendría si los países abandonaban el se-
cretismo en sus desarrollos técnicos y científicos, especialmente
en lo referente al armamento. De este modo no habría países
con superioridad bélica para atacar otros territorios y la paz se
mantendría a nivel global.
«Ser o no ser. He ahí la cuestión.» Como el príncipe Hanllet,
Bohr se enfrentó con este dilema muchas veces a lo largo de su
INTRODUCCIÓN 11