Page 106 - 19 Marie Curie
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hasta que Bronia se la quitó y la echó al fuego. Marie se derrumbó
                    entonces llorando en brazos de su hermana. A partir de ese mo-
                    mento, se encerró en un mutismo inaccesible y pareció conver-
                    tirse en una persona carente de sentimientos. La Marie cariñosa y
                    vital pareció haberse ido a la tumba junto con la foto favorita de
                    Pierre, la de la «pequeña estudiante» fotografiada en el balcón
                    de los Dluski a poco de llegar a París, que Marie se encargó de
                    meter en el ataúd.
                        Marie rechazó la pensión que le ofreció el Gobierno de la Re-
                    pública -cuyo presidente había ido en persona a darle las condo-
                    lencias por la muerte de Pierre- , alegando que era joven y podía
                    mantenerse tanto a sí misma como a sus hijas. También rechazó
                    las ceremonias grandilocuentes en memoria de Pierre que orga-
                    nizaron los que  tantas veces le habían dado la espalda cuando
                    estaba vivo. Rechazó «con repugnancia» las colectas que, con la
                    mejor intención, pusieron en marcha los compañeros de Pierre.
                    Rechazó la risa,  rechazó la alegría. Rechazó a sus hijas, que le
                    recordaban demasiado a su padre, y durante años fue incapaz de
                    nombrarlo en su presencia.
                        El abuelo Eugene no solo tuvo que ocupar el papel del padre
                    muerto, sino que además tuvo que dar a sus nietas la ternura que
                    su madre, aparentemente transformada en una estatua de hielo,
                    era incapaz de transmitir. Marie dejó la casa del bulevar Keller-
                    man donde había vivido los últimos años con Pierre y se trasladó
                    al pueblecito de Sceaux, donde vivía Pierre cuando lo conoció y
                    donde podía acudir a visitar su tumba. Allí se instaló con el abuelo
                    Eugene, las niñas y sus nodrizas polacas. Marie se encerró en el
                    único sitio donde encontraba algo de sosiego: el laboratorio que
                    había compartido con su marido. Se refugió de forma obsesiva en
                    el trabajo, a pesar de lo doloroso que le resultaba no compartirlo
                    con Pierre. Así,  a las dos semanas de la muerte de Pierre, ya es-
                    taba contestando la correspondencia científica y, al mes, volvió
                    a trabajar en el laboratorio y de nuevo surgieron en su cuaderno
                   las ristras de números interminables que recogían los resultados
                    de las medidas.
                       Lo único que Marie no rechazó fue la propuesta que, a instan-
                    cias de varios compañeros de Pierre y colegas científicos, le hizo





        106        GLORIA Y TRAGEDIA
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