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de la Academia de Berlín, que tenía en esos momentos en mente.
                     Aunque el proyecto inicialmente no fue muy bien visto, especial-
                     mente por el gasto que significaría la construcción de tanta herra-
                     mienta nueva, Leibniz argumentó en contra de todas las protestas,
                     y recibió a finales de 1679 el beneplácito del duque pa¡a el acuerdo
                     con la Oficina de Minas, que junto al duque y el propio Leibniz,
                     financiarían el proyecto.
                         Desde el principio todo fueron problemas. Al manifiesto re-
                     chazo entre los funcionarios de las minas, que lo consideraban un
                     intruso sin los conocimientos necesarios, se unieron las inclemen-
                     cias del tiempo y especialmente las rachas de ausencia de viento.
                     Al parecer, Leibniz había pasado por alto estudiar las variaciones
                     y direcciones del viento en la zona. Otra dificultad era la construc-
                     ción de los elementos diseñados, pues en varias ocasiones, al no
                     seguir correctan1ente las indicaciones, las máquinas no funciona-
                     ban de manera adecuada y había que corregirlas una y otra vez.
                         Ante el aumento de los costes, que en 1683 eran ya de casi
                     ocho veces lo  previsto,  el duque planteó cancelar el proyecto,
                     pero Leibniz insistió en seguir un año más, pagando de su propio
                     bolsillo, para demostrar que seguía siendo viable.  Tuvo que re-
                     plantearlo por completo y perfeccionar los molinos, de forma que
                     se pudieran construir a mitad de precio. Incluyó un mecanismo
                     de velas que se plegaban y desplegaban según las necesidades,
                     y planteó la posibilidad de optimizar las bombas de extracción
                     inyectando aire comprimido, aunque ambas ideas no prospera-
                     ron.  Más adelante, ante la escasez de viento en la zona,  diseñó
                     unos molinos horizontales, en lugar de verticales, que pudiesen
                     aprovechar todo tipo de viento, funcionar en cualquier momento
                     y soportar las tormentas. Pero su rendimiento era la tercera parte
                     de los tradicionales, por lo que tampoco resultaron viables. Defi-
                     nitivamente, en 1685 se abandonó el proyecto.
                         La minería no era un entretenimiento más entre la gran can-
                     tidad  de temas que trató Leibniz;  muy al contrario, fue  uno de
                     sus preferidos. Durante los seis años que duró el proyecto, Leib-
                     niz llegó a pasar más de la mitad del tiempo en Harz, lo que da
                     una idea del ingente trabajo que supuso. Además, siempre tuvo
                     en mente mejorar la extracción. En 1680, cuando aún tenía espe-






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