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la naturaleza de la luz (solo sobre la finitud de su velocidad). En
                   segundo, no requiere hipótesis ad hoc. Se deriva naturalmente del
                   principio mismo.
                       Fermat estaba feliz.  Los crutesianos verían confirmada la ley
                   de refracción, que, a su vez, estaba derivada de una forma mucho
                   más convincente que la que había usado Descartes. Nuevamente,
                   la ingenuidad de nuestro personaje traicionó sus expectativas. Los
                   cartesianos estrictos, como Clerselier, no podían transigir, no po-
                   dían abandonar al maestro. La polémica continuó, ahora centrada
                   en la derivación de Fermat.
                       Es una ironía que la última carta conocida que Fermat escri-
                   bió sobre un tema científico, en 1662, fuera para defender su deri-
                   vación, dado el poco interés que mostró durante toda su carrera
                   por la física matemática, la cual, le decía a Mersenne en su pri-
                   mera carta, ni le interesaba ni se sentía capacitado para ejercerla.
                   Sabemos, por su última eruta a Pascal, que ya desde 1660 se sentía
                   enfermo y sin las fuerzas necesarias para hacer el trayecto a Cler-
                   mont. Al año siguiente, hizo gestiones para que su hijo Clément-
                   Samuel heredara sus cargos. El fin, intuía, estaba cercano.
                       A partir de 1662 todo es silencio. Lo poco que se sabe de los
                   últimos años de Fermat se deriva de su carrera profesional. En
                   1663 el intendente del Languedoc, Bezin de Bésons, escribió a Col-
                   bert la carta donde analizaba a los consejeros del Parlamento de
                   Toulouse, considerando a Fermat un gran erudito políticamente
                   inofensivo, e incluso algo torpe en cuestiones profesionales. Ni
                   Séguier antes que él ni Colbert tenían nada que temer del ingenuo
                   magistrado, el sabio que se recreaba en las certidumbres matemá-
                   ticas al tiempo que huía de la política.
                       Pero el magistrado siguió trabajando.  Su sentido del deber
                   era excepcional. Como ya se ha dicho, con frecuencia impidió que
                   su dedicación a las matemáticas fuera mayor de la que fue. El 9 de
                   enero de 1665 dictó su último acto judicial. Apenas tres días des-
                   pués, Pierre de Femiat murió en Castres, la ciudad con la que tan
                   ligada estuvo su carrera profesional, y fue enterrado sin pompa en
                   el cementerio local. Su panegírico fue publicado, probablemente
                   por Pierre de Carcavi, en el Journal de Savants del 9 de febrero
                   de 1665, expresando preocupación de que su desperdigada obra






        152        LA PROBABILIDAD Y EL PRINCIPIO DE FERMAT
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