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una tela muy delgada, el ángulo previsto por la bola que atraviesa
                    dicha tela se aleja de la normal,  es decir,  el ángulo crece.  En
                    cambio, lo que se observa en óptica es que el ángulo decrece.
                    Para explicar esta discrepancia, Descartes imaginó un apaño fí-
                    sico:  una explicación ad hoc,  sin ninguna base ya no digamos
                    experimental, sino siquiera fundamentada en sus propios princi-
                    pios físicos. Ahora bien, toda esta explicación solo tiene sentido
                    si se conocen los principios de la física cartesiana. La justifica-
                    ción de la teoría de la luz de Descartes está en su física, no en sus
                    matemáticas.
                        Fermat no se dio cuenta de que necesitaba entender la física
                    cartesiana para comprender la Dióptrica, ni Descartes ni los car-
                    tesianos advirtieron que Fermat ignoraba la física subyacente.
                    Para ellos, Fermat simplemente no la entendía. En cambio, el to-
                    losano veía injustificadas las derivaciones cartesianas. Otra vez
                    estaba inmerso en un diálogo de besugos, como tantos en los que
                    participó Fermat durante su vi.da. De todas formas, la física carte-
                    siana hubiera repugnado a Fermat; y hubiera hecho bien, porque
                    Descartes se equivocaba al reducir todo el mundo a  colisiones
                    entre partículas.
                        La polémica en aquella época no duró demasiado.  Pero en
                    1658, Claude Clerselier contactó a Fermat para consultarle sobre
                    la controversia, dado que estaba preparando una edición de las
                    cartas de Descartes. Clerselier solo estaba interesado en averi-
                    guar si existían más de las dos cartas de Fermat que había encon-
                    trado, pero este le contestó con una larga carta en la que, además
                    de las objeciones que había planteado en 1637, añadía otras nue-
                    vas. Para su asombro, Clerselier vio que Fermat quería reabrir la
                    polémica.
                        A esas alturas Descartes había muerto, pero el resentimiento
                    de Fermat contra el hombre que le había menospreciado y había
                    intentado manchar su reputación no había decaído.  Es posible
                    también que, en ese momento de su vida, amargado por los múlti-
                    ples fracasos en interesar a sus contemporáneos por la teoría de
                    números, Fermat considerara que los ataques de Descartes habían
                    contribuido a que no se le hiciera caso. Su carácter, afable al prin-
                    cipio en medio de las discrepancias, se había agriado. Sea como





        148         LA  PROBABILIDAD Y EL PRINCIPIO DE  FERMAT
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